Hace meses, una gran empresa contrata mi Escuela de Directores para impartir la temática a sus directivos. Alegría y agradecimiento ante todo. Son sesiones a las personas claves de la compañía y al Director General. Normalmente un año de trabajo intenso con ellos.
Llega la hora de tener mi primera sesión con el Director General. Obviamente la Compañía paga por mis servicios. En esta ocasión reconozco que no fui ni honrado con la empresa ni honesto conmigo. Tenía que haber pagado yo por escucharle en todas y cada una de las sesiones y conversaciones que tuve con él y sentirme feliz, eso sí lo hice y se lo dije, por lo que aprendí de él y con él.
Sin que el DG me lo dijera, fui descubriendo los valores que había trasladado a su equipo y de los cuales yo tanto hablo.
Ante todo, en cada sesión desbordaba ENTUSIASMO (del griego “entheos” Dios dentro de mí), nada que ver con la euforia (estar fuera de mi). Uno está dentro, otro está fuera. Uno permanece, otro es pasajero. El entusiasmo es lo que provoca la sensación permanente de alegría, que es la perfección interior de que algo se está expandiendo, y que sucede siempre a la generosidad, que no es sino el pegamento que une a las personas, lo que de verdad hace que hagamos las cosas sin pensar en el beneficio posterior que podamos recibir. Porque tenía muy claro que el bien se conjuga en plural, y cuando diriges un equipo no tiene cabida el beneficio individual.
Cada pregunta que le hacía me la respondía con REFLEXION. Y es que en un mundo que va muy acelerado necesitamos un viaje interior, estar dispuesto a hacer un trabajo propio para transformar nuestra forma de ser, para que no intentemos cambiar a los demás, sino empezar el cambio en nosotros mismos. Ahí empieza el cambio. Vamos tremendamente acelerados sin pensar si lo que hacemos hoy nos acerca al sitio donde queremos estar mañana. Y la reflexión que ponía en sus palabras contagiaba a su equipo no como un motor, sino a modo de imán.
Empezaron a surgir problemas dentro de la Compañía. Y ahí me demostró el valor de la AMISTAD, conmigo y con su equipo. Porque entendió perfectamente que la amistad es aquello que hace que una persona jamás se sienta sola, es sentir que cuando te sientes débil alguien te puede ayudar. Es la cualidad del encuentro, nadie puede crecer aisladamente, centrado en sí mismo. Y en una empresa, en la que se trabaja en equipo, todos necesitamos compartir para crecer. Y en momentos que empezaban a vivir tan complejos, así se lo hacía ver a todos y cada uno de su equipo.
Y con el paso del tiempo las circunstancias se fueron complicando y el Consejo, en contra de su opinión, estimó que ciertas personas de su equipo había que prescindir de ellas. Era hora entonces de poner en práctica su entendimiento de la COMPASION (conectar con la pasión, el sufrimiento de un ser humano), que no es estar de acuerdo con sus actuaciones sino entender por qué lo hace. Es la base de la empatía. Evita que reacciones y permite que aceptemos y comprendamos a los demás para poder ayudar. Y en momentos tan duros, con su cargo en entredicho, siempre me empezaba a hablar de cómo debían sentirse los miembros de su equipo antes que expresar sus pensamientos y sentimientos hacia él mismo.
Con la moral baja, en circunstancias muy adversas, me demostró lo bien calado que tenía en su interior el valor del COMPROMISO, nada que ver con la implicación (gente que vive por obligación), ni con la lealtad (que es a los demás, al ajeno). El compromiso siempre es y sólo a uno mismo (es sentirse responsable, desafiarse a uno mismo sacando su mejor versión).
Y cuando uno se siente comprometido, es cuando hace crecer todo lo que tiene a su lado, incluyendo a su empresa. Los que logran resultados, no son los involucrados, ni los leales, sino los comprometidos. Y por adversas que fueran las circunstancias ya en esos momentos, jamás vi flaquear su compromiso a llevar a cabo sus responsabilidades y obligaciones en aras al crecimiento de la Compañía.
Casi todo estaba ya perdido para parte de su gente y para él mismo, pero en mis conversaciones con él me dio una lección del entendimiento de la FE, que lo consideraba como creer sin tener evidencias. Esas montañas que tenemos que mover, y que solo lo haremos si nos ponemos en marcha. Y las montañas más grandes no son las que vemos fuera sino las que tenemos dentro de nosotros mismos (nuestra falta de autoestima, de reconocimiento, de valoración, de capacidades,…) Solo saldrá lo que tienes dentro si de verdad crees y te pones en marcha apostando por ti. Como siempre hacía él. Sin mirar para atrás.
Hasta que al final sucedió lo que, injustamente, tenía que suceder. Prefirieron prescindir de él. Y con alegría, generosidad y actitud encomiable, me demostró el último de los valores que para mí es el primero. La HUMILDAD. Es el valor clave.
Yo me pongo en el papel del otro y me pongo en disposición de aprender de cualquier ser humano. Ayuda a integrar el saber colectivo para un fin superior y que merezca la pena.
Ya decía Santo Tomas: “Todos los pecados del ser humano proceden de un único origen, la soberbia.”.
El perfume de una vida plena es la humildad. Hay gente que encandila pero no mira a nadie porque solo quiere brillar ella. Otra gente tiene luz interior y la contagia con su actitud y atrae a los demás. El magnetismo de una persona se basa en su humildad. De nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás.
Eso hizo mi amigo Antonio hasta el último momento de permanencia en la empresa.
Como siempre pasa en estas ocasiones, cuando el final no se sabe a ciencia cierta cuál va a ser, había gente a su alrededor que por si acaso las circunstancias pudieran ser cambiantes en el último momento, le seguían adulando.
Y me recordaban en sus actuaciones al título de una canción de mi grupo preferido. No, no está mal escrito. Simplemente la canción se llama “Te hiero mucho”. Ya saben por qué.
Gracias por todo lo aprendido, amigo.