Decía San Agustín “Recuerda esto. Cuando las personas deciden alejarse de una fogata, el fuego sigue dando calor, pero ellas tienen frio. Cuando las personas deciden alejarse de la luz, la luz sigue siendo brillante por sí misma, pero ellas están en la oscuridad”
Hay veces que alguien aparece en tu vida para darte lecciones, … si quieres aprender. En días pasado tuve la oportunidad de conversar con alguien que me hablaba del ego y la conciencia mientras previamente yo le había explicado cual era mi trabajo.
“Aquel que quiere brillar, no ilumina, sino que (se) encandila. Solo ilumina aquel que ve con claridad y profundidad. Y para poder asistir al otro, hay que poner claridad en tu vida primero”, me insistía.
Todo lo demás que relato a continuación, no son sino las enseñanzas que recibí.
“Hoy veo en las empresas y familias tres actitudes enfermas que sobresalen a las demás. La arrogancia, que se viste de orgullo, prepotencia, soberbia y en definitiva el ego en su estado de máxima hinchazón. Ésta suele llevar a la adicción de todo lo material, acumulando sin sentido y sin necesidad y poniendo a las personas al servicio de las cosas y no a la inversa. Y a la adicción siempre le seguirá la acumulación, que en nuestra sociedad tiene un descendiente con un nombre conocido por todos que es la corrupción”.
¿Y existen antivirus? Le pregunté.
“Frente a la arrogancia la humildad, contra la adicción el desapego y como adversaria de la acumulación la generosidad. Ello te llevará a la intimidad con los demás, que no es un acto a ejecutar, es una actitud a adoptar”.
¿Y cómo conseguirla?, le insistía.
“En el pensar, en la mente, TRANSPARENCIA. En las relaciones, ya sea a nivel personal o profesional, cuando se pierde la intimidad aparece la rutina, la costumbre, la monotonía. En la superficialidad hay apariencia, en la intimidad brota la presencia. Esa transparencia que hace que nuestras actuaciones sean coherentes con lo que pensamos y sentimos. Una transparencia que también hable de nuestras limitaciones, sin miedo y con humildad para saber trabajarlas y de nuestras fortalezas en valores que al encarnarse en nosotros se conviertan en virtudes y así poder colaborar al crecimiento de la otra persona.
En el corazón, en el sentir, TERNURA. Hacer sentir a la otra persona que estás ahí, ahora y en este momento, no de paso por su vida. Alcanzar su interior con mi ser, no simplemente con mi tener o hacer. Interesarse no con preguntas a modo inquisitorial, sino con comprensión y haciendo sentir a la otra persona que es bien escuchada.
Y en la acción, en la voluntad, TIEMPO. Muchas veces confundimos la falta de tiempo con la ausencia de interés. Cuando no hay tiempo para la intimidad, el sentimiento se apaga y nace el resentimiento. Y toma tu tiempo para trabajar la intimidad con el otro. Cuando hay intimidad, tenemos tiempo de hablar de las cosas importantes, cuando no hay tiempo, acabamos siendo reporteros de los acontecimientos que pasan en nuestra vida, siempre primando la cantidad de la conversación antes que la calidad de la misma.
Cuando no hay intimidad con el otro, la apariencia vence a la transparencia, la frialdad a la ternura y el apuro al tiempo”.
¿Tu crees que eso lo puede hacer cualquiera?, pregunté.
“Si nos paramos a analizar las creencias limitantes que en ocasiones hacen que creamos que no somos capaces de cambiar nuestra forma de pensar, nos daremos cuenta que todas ellas vienen provocadas por un DOLOR.
El dolor por lo que hice, por lo que me hicieron o por lo que me faltó, perdí o nunca tuve.
Si no supero el dolor por lo que hice, aparecerá la culpa, y su consecuencia es no poder perdonarme.
Si es por lo que me hicieron, se generará el rencor, sin capacidad para poder perdonar.
Y si es por lo que me faltó, nacerá una necesidad, provocada por una carencia.
Si soy capaz de superarlas, seré libre, en caso contario aparecerán los MIEDOS.
En el primer caso, por lo que hice, el miedo a fallar. A fallarme a mí y al otro, dejando de creer en mí y teniendo como consecuencia la falta de compromiso y quedándome simplemente en el cumplimiento.
Si es por lo que me hicieron, surgirá el miedo a que me fallen, dejaré de creer en el otro pensando que pueden abusar de mí y hacerme daño, y muriendo la confianza en el ajeno.
Y en el tercer supuesto, tendré miedo a perder, y pasaré la vida tratando de proteger lo que tengo para no perderlo, dejando de dedicar tiempo a las cosas importantes de la vida simplemente por mi obsesión en tener, olvidando atender a mi ser.
Y todo ello provocará la DESCONFIANZA.
Desconfianza en mí, ya que no me entrego como debería.
Desconfianza en los otros porque pensaré que no se entregarán como corresponde.
Y desconfianza hacia la vida provocando que deje de disfrutarla. Es más. Con seguridad se multiplicarán mis ocupaciones ya que pensaré que no bastará con una sólo por si falla, me veré obligado a acumular para no perder, lo que provocará vivir siempre con tensión aferrándonos al tener y mantener.
Y aparecerá el concepto, en cualquiera de los tres supuestos, de la CULPA. Me culparé a mí, a los demás o a Dios por esa vida que me está dando”.
En este punto le expliqué lo parecido que era para mi el entorno familiar y el profesional, y que en muchas de mis conferencias ponía ejemplos que valían para ambos casos. Pero la pregunta definitiva que quería hacerle era … ¿Y para ti que valores debería haber en una relación?
Pocos, pero esenciales, me respondió.
“Quiero que me cuide, claro que sí, pero que eso no signifique anularme. Que su cuidado haga que explore dentro de mí, que me ayude a sacar mi mejor versión, e igualmente que me permita equivocarme. La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirle a los demás descubrirlas. Y ese cuidado significa que esté a mi lado para reconocerme cuando así lo considere y reprenderme con ternura en aquellos momentos en lo que flojeé y decaiga.
Eso implica mi deseo de que me motive sin necesidad de empujarme, de permitir marcar mi ritmo a sabiendas de que nadie somos iguales y lo importante es visualizar la meta sin la obsesión de seguir el ritmo del otro.
De esa forma te podrás acercar a mí pero sin invadir mi espacio. En toda relación tienen que existir límites, y cuando se sobrepasan uno es más tendente a repetir que a rectificar. En ocasiones uno piensa, de buena fe, que debo meterme dentro de los límites que nos hemos puesto. La casuística es infinita, pero si cree que es lo que debe hacer, al menos pide permiso para entrar.
Y así me podrás abrazar sin asfixiarme. No quiero que me abraces ni me beses mucho, sino bien. Es verdad que todo inicio empieza deseando más cantidad. Pero hay un paso posterior, donde no todas las relaciones perviven, que da paso a la calidad y a la calidez. Que es la única forma de lograr intimidad, que es pasar de una dualidad a una íntima unidad entre las personas
De esta forma confiarás en mí sin tener que exigirme, porque la confianza no implica contraprestación ya que es una entrega. Y la entrega no se exige, se regala. Y sin confianza no hay transparencia, simplemente apariencia. No hay convicciones, sino conveniencias. Sin confianza a la gente le podemos interesar, pero no importar. De todas las cosas que podemos perder en la vida, la que más cuesta recuperar es la confianza
Y con confianza podemos opinar, pero no aconsejar. Los consejos no son nunca para seguirlos, sino para tenerlos en cuenta. De esa forma también podrás escucharme sin necesidad de juzgarme. Y hacerlo con tacto que es la habilidad de que el otro vea la luz sin hacerle sentir el rayo. Porque en caso contrario, prejuzgamos antes de poder explicarnos. Cuando para ti tienen más valor las opiniones de los demás que las tuyas propias, te transformas, te anulas y sufres
Me di cuenta que el mensaje servía igual para familias que empresas.
Implantar este mensaje en las empresas en los tiempos actuales es apasionante. Si quiere que hablemos de la forma de hacerlo, estaré encantado.