Santiago se sentó frente a Javier con una mezcla de dudas y esperanza. En los últimos meses, Santiago había estado reflexionando profundamente sobre lo que significaba ser feliz. Se sentía atrapado en una paradoja: había alcanzado varias metas importantes en su trabajo y mantenía una relación estable con Ana, su pareja, pero a pesar de todo, no experimentaba la plenitud que esperaba.
Había leído sobre términos como el ego, la conciencia, el amor a uno mismo y el egoísmo, pero estos conceptos parecían complicados, y no estaba seguro de cómo aplicarlos en su vida cotidiana.
—Javier, llevo un tiempo sintiendo que, aunque aparentemente todo está bien en mi vida, no logro encontrar la felicidad. En el trabajo he alcanzado mis objetivos, y con Ana nos llevamos bien, pero a veces siento un vacío. Además, me he dado cuenta de que mi ego me juega malas pasadas, tanto en el trabajo como en mi relación. Quiero saber cuál es la diferencia entre el ego y la conciencia, y también cómo puedo distinguir entre el egoísmo y el amor a uno mismo. Creo que entender estos conceptos podría ayudarme a encontrar una felicidad más profunda, tanto en mi entorno profesional como personal.
Javier, consciente de la profundidad y relevancia de las preguntas de Santiago, sonrió. Sabía que estos temas tocaban la esencia de lo que significa ser humano, y que encontrar respuestas a estas cuestiones podría transformar la vida de Santiago de una manera significativa.
—Santiago, has tocado varios temas clave aquí: la felicidad, el ego, la conciencia, el amor propio y el egoísmo. Cada uno de estos conceptos es esencial para entender cómo vivimos nuestras vidas y cómo podemos acercarnos a una felicidad más auténtica. Vamos a desglosar cada uno de ellos, explorando cómo se entrelazan y cómo afectan tu vida en el trabajo y tu relación con Ana.
Santiago comenzó con lo que parecía ser la pregunta más básica, pero también la más compleja: ¿qué es la felicidad? ¿Es un estado emocional pasajero o algo más profundo que se puede construir?
Javier decidió comenzar por la base:
—La felicidad, Santiago, es un concepto que ha sido debatido durante siglos por filósofos, psicólogos y teólogos. Lo primero que debemos entender es que hay diferentes tipos de felicidad. A menudo, confundimos la felicidad con el placer o la satisfacción inmediata. Lograr una meta, comprar algo nuevo o tener una experiencia emocionante puede generar momentos de felicidad, pero esa es una forma efímera. La felicidad auténtica, sin embargo, es un estado más profundo y duradero, y no depende solo de lo que sucede en el exterior, sino de cómo te relacionas con tu vida interior.
Santiago asintió, reconociendo que muchas veces había buscado la felicidad en el éxito externo.
—Sí. A veces, cuando logro algo en el trabajo o en mi vida personal, siento una felicidad momentánea, pero rápidamente vuelve esa sensación de vacío.
Javier continuó:
—Lo que describes es la felicidad hedónica, que se basa en la gratificación inmediata. No es que sea mala, pero no es suficiente para construir una vida feliz a largo plazo. La verdadera felicidad proviene de vivir una vida con propósito, alineada con tus valores y tus pasiones. No es solo la ausencia de problemas, sino la presencia de significado y bienestar interior. En tu caso, parece que has alcanzado muchas de las cosas que pensabas que te harían feliz, pero ahora te das cuenta de que la felicidad no puede ser reducida a una lista de objetivos.
Santiago reflexionó unos segundos antes de hablar.
—Entonces, ¿cómo puedo encontrar ese tipo de felicidad más profunda?
Javier reflexionó y explicó:
—La clave está en hacer un cambio de enfoque. En lugar de preguntarte «¿qué puedo lograr para ser feliz?», pregúntate «¿cómo puedo ser feliz en el proceso de vivir mi vida cada día?». Esto implica cultivar una conexión más profunda contigo mismo, con los demás y con lo que haces. En el trabajo, por ejemplo, la felicidad no vendrá solo de cumplir metas, sino de encontrar sentido en lo que haces, en cómo puedes contribuir al bienestar de los demás o al desarrollo de un proyecto que te apasione. Con Ana, la felicidad no viene solo de los momentos felices, sino de construir una relación basada en la comprensión, la empatía y el crecimiento mutuo.
Después de esta introducción, Javier se centró en el trabajo, un área donde Santiago estaba luchando por encontrar una satisfacción duradera.
—Santiago, el trabajo es un área donde muchas personas buscan validación externa, como el éxito, el reconocimiento o el dinero, para sentirse felices. Pero, como te mencioné antes, la verdadera felicidad no proviene solo de los resultados, sino de la conexión con un propósito más profundo.
El trabajo debe ser una fuente de significado, no solo de productividad. La verdadera felicidad en el trabajo viene cuando lo que haces está alineado con tus valores y tus pasiones. En lugar de enfocarte solo en los resultados pregúntate: «¿Cómo puedo hacer una diferencia a través de mi trabajo? ¿Cómo puedo contribuir al bienestar de los demás o al progreso de una causa que me importe?». Cuando sientes que tu trabajo tiene un propósito, la felicidad que obtienes es mucho más duradera.
Santiago asintió, pero con un matiz de escepticismo.
—Eso suena ideal, pero a veces en el trabajo simplemente hago lo que se espera de mí. ¿Cómo puedo encontrar ese propósito cuando muchas veces las tareas son monótonas o no tan inspiradoras?
Javier lo miró con comprensión.
—Santiago, no siempre estamos en trabajos que parecen profundamente significativos. Pero incluso en esas situaciones, puedes encontrar maneras de conectar tu trabajo con tus valores. Puede ser algo tan simple como la forma en que tratas a tus compañeros o la dedicación que pones en una tarea. Además, puedes buscar maneras de introducir más de lo que te apasiona en tu vida laboral, ya sea proponiendo nuevos proyectos o explorando nuevas responsabilidades que te conecten con lo que realmente te importa. La clave está en crear esa conexión, incluso si no es obvia desde el principio.
Después de discutir el trabajo, Santiago llevó la conversación hacia otro ámbito importante de su vida: su relación con Ana.
—Con Ana, siento que hay momentos en los que estamos perfectamente alineados, y otros en los que parece que estamos en mundos separados. Nos queremos, pero a veces no puedo evitar sentir que no estamos en el mismo camino en cuanto a lo que nos hace felices. ¿Cómo puedo encontrar la felicidad en una relación sin depender de ella para ser feliz?
Javier vio en esta pregunta un punto crucial para explorar.
—Lo que estás describiendo es algo muy común en las relaciones, Santiago. A menudo buscamos en nuestras parejas una fuente de felicidad constante, pero esto puede ser peligroso. Las relaciones no son la fuente de nuestra felicidad, sino un espacio donde podemos compartir nuestra felicidad y crecer juntos. La verdadera felicidad en una relación no proviene solo de los momentos felices, sino de la capacidad de construir una relación consciente
Santiago lo miró atentamente, esperando más detalles.
—El amor es una construcción diaria, lo que significa que no se trata solo de sentimientos espontáneos, sino de un trabajo constante por entender y apoyar a la otra persona. Para ser feliz en una relación, ambos deben comprometerse a crecer juntos, a ser vulnerables y a crear un espacio donde podáis ser vosotros mismos sin juicios. Esto significa que habrá momentos de conflicto, pero esos momentos son oportunidades para aprender más sobre ti mismo y sobre tu pareja.
—A veces siento que esos conflictos nos alejan, —dijo Santiago, con un toque de frustración en su voz—. Cuando discutimos, es como si ambos estuviéramos más interesados en tener razón que en resolver el problema.
Javier sabía que esto era algo que muchas parejas experimentaban.
—Eso tiene mucho que ver con el ego, Santiago, que es otro tema que querías explorar. En muchas relaciones, el conflicto no surge por una falta de amor, sino porque ambos están actuando desde el ego. El ego quiere protegerse, quiere tener razón, y cuando dejamos que el ego domine, las discusiones se vuelven una batalla de voluntades. Para encontrar la felicidad en tu relación con Ana, es crucial aprender a identificar cuándo estás actuando desde el ego y cuándo desde la conciencia.
Santiago frunció el ceño, consciente de que el ego era algo que afectaba tanto su trabajo como su relación.
—Javier, siento que el ego es algo que me controla más de lo que me doy cuenta. A veces me siento competitivo en el trabajo, o cuando discuto con Ana, siento la necesidad de ganar. ¿Cuál es la diferencia entre el ego y la conciencia? ¿Cómo puedo vivir más desde la conciencia?
—El ego, Santiago, es esa parte de nosotros que está enfocada en la separación. El ego se ve a sí mismo como algo separado de los demás y del mundo, y siempre está buscando validación externa. Quiere sentirse especial, superior o al menos protegido. El ego teme el fracaso y la vulnerabilidad, por lo que se pone a la defensiva cuando se siente amenazado. Sin embargo, actuar desde el ego suele llevar a conflictos y sufrimiento, porque el ego siempre está buscando algo fuera de sí mismo para sentirse completo, y eso es una ilusión.
Santiago asintió lentamente, asimilando las palabras de Javier.
—¿Y qué hay de la conciencia?
—La conciencia es el aspecto más elevado de nosotros mismos. Es la parte de ti que no necesita validación externa, porque ya se siente plena. La conciencia no ve la separación entre tú y los demás, sino que reconoce la conexión. Mientras el ego busca protegerse y separarse, la conciencia busca comprender y unirse. Actuar desde la conciencia implica estar presente, ser capaz de observar tus emociones sin dejar que te controlen, y actuar desde un lugar de compasión, tanto hacia ti mismo como hacia los demás.
Santiago se quedó en silencio unos momentos antes de hablar.
—Entonces, ¿cómo puedo pasar de actuar desde el ego a actuar desde la conciencia?
—El primer paso, continuó Javier, es reconocer cuándo estás actuando desde el ego. Cuando te sientas impulsado por la necesidad de tener razón, de ganar, o de protegerte a toda costa, esa es la señal de que el ego está tomando el control. En esos momentos, lo mejor que puedes hacer es hacer una pausa y observar lo que está ocurriendo. Pregúntate: «¿Desde dónde estoy actuando? ¿Estoy buscando conexión o separación?». A medida que te hagas más consciente de esto, te será más fácil elegir actuar desde la conciencia.
Después de hablar sobre el ego y la conciencia, Santiago llevó la conversación hacia otro tema que lo había estado preocupando: la diferencia entre egoísmo y amor a uno mismo.
—Una cosa que me confunde es que a veces me siento culpable por cuidar de mí mismo. Si pongo mis necesidades primero, siento que soy egoísta. ¿Cómo puedo distinguir entre el egoísmo y el amor propio?
—Esta es una distinción muy importante, Santiago. A menudo confundimos el amor a uno mismo con el egoísmo, pero son conceptos muy diferentes. El egoísmo se basa en el ego: está enfocado en satisfacer tus deseos a expensas de los demás. El egoísmo no considera las necesidades o emociones de los otros, solo busca protegerse o complacerse a sí mismo. Por eso, cuando actuamos desde el egoísmo, a menudo dañamos nuestras relaciones, porque no estamos tomando en cuenta cómo nuestras acciones afectan a los demás.
—Entonces, ¿cómo es el amor a uno mismo? —preguntó Santiago, interesado.
—El amor a uno mismo, por otro lado, proviene de la conciencia. Implica cuidar de ti mismo, pero no a expensas de los demás. Significa reconocer tus propias necesidades y respetarlas, mientras también respetas las necesidades de los demás. El amor propio te permite establecer límites saludables, porque entiendes que no puedes dar lo mejor de ti si no estás bien contigo mismo. No se trata de complacer siempre a los demás o de sacrificarse constantemente, sino de encontrar un equilibrio entre cuidar de ti y cuidar de los demás.
Santiago reflexionó sobre esto.
—Creo que a veces, por miedo a parecer egoísta, termino sacrificando demasiado a mí mismo
—Eso es muy común, —respondió Javier—. Y cuando sacrificas constantemente tus propias necesidades, puedes terminar sintiéndote resentido o agotado. El amor propio es entender que, para poder ser realmente feliz y estar presente para los demás, primero debes estar en paz contigo mismo. Esto no es egoísmo, es una forma de responsabilidad hacia ti mismo y hacia los demás.
Después de discutir estos conceptos, Santiago se sintió más claro sobre lo que necesitaba hacer para acercarse a una vida más feliz y equilibrada.
—Entonces, Javier, ¿cómo puedo aplicar todo esto en mi vida diaria? ¿Cómo puedo encontrar la felicidad mientras manejo mi ego y practico el amor propio?
Javier sonrió, satisfecho con el progreso de la conversación.
—El primer paso, Santiago, es la conciencia. Observa tus emociones y acciones sin juzgarte. En el trabajo, busca maneras de alinear tus acciones con tus valores y de encontrar propósito en lo que haces. Con Ana, trabaja en construir una relación basada en la comprensión y el crecimiento mutuo, en lugar de dejar que el ego dirija las discusiones o los momentos de conflicto. Y finalmente, practica el amor propio, reconociendo tus necesidades y respetándolas, sin miedo a ser egoísta.
Santiago asintió, sintiéndose más preparado para enfrentar los desafíos de su vida con una nueva perspectiva.
—Lo intentaré, Javier. Gracias por ayudarme a entender todo esto.
Javier le dio una última reflexión:
—Recuerda, Santiago, la felicidad no es un destino, es un proceso. No es un puerto de llegada, es un puerto de salida. A medida que te vuelvas más consciente de ti mismo y de tus acciones, te acercarás cada vez más a esa felicidad auténtica que buscas. El trabajo, las relaciones y el amor propio son todos parte de ese viaje.
La felicidad, tanto en el trabajo como en las relaciones, no es un estado constante, sino un proceso que requiere conciencia y esfuerzo. A través de la comprensión del ego y la conciencia, y la distinción entre el egoísmo y el amor a uno mismo, podemos acercarnos a una vida más plena y no plana. Al alinear nuestras acciones con nuestros valores y al cultivar relaciones basadas en el crecimiento mutuo, nos abrimos a la posibilidad de una felicidad más duradera y auténtica.
José Pomares
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