Santiago entró al despacho de Javier con el ceño fruncido y una mezcla de ansiedad e impotencia reflejada en el rostro. Se sentó sin decir palabra, como si le costara incluso comenzar. Javier lo observó en silencio, con esa presencia serena que invitaba a abrir el corazón sin miedo al juicio.

—Javier, estoy empezando a pensar que no soy buen líder —dijo al fin, con la voz baja, casi avergonzada—. Estoy quemado. Todo me frustra: los resultados no llegan, mi equipo está desmotivado, y yo… yo me siento perdido. No sé si es falta de motivación o si simplemente esto no es para mí.

Javier asintió lentamente. No era la primera vez que escuchaba algo similar. Santiago era brillante, comprometido, pero como muchos, había olvidado algo esencial: que liderar hacia afuera sin liderarse hacia adentro es como navegar sin timón.

—Santiago, lo que estás sintiendo no es raro. De hecho, es más común de lo que crees. Lo que me cuentas me recuerda a Pedro, un directivo de una multinacional con un CV impecable. Llegó a mí con un nudo en el pecho y la sensación de que todo lo que hacía ya no tenía sentido. Había logrado todo lo que se propuso en lo profesional, pero había olvidado preguntarse si aquello que construía por fuera tenía raíz en lo que necesitaba por dentro.

Santiago se removió en el asiento, reconociéndose en esa historia.

—Yo también tengo esa sensación. Como si nada fuera suficiente. Como si siempre estuviera corriendo, pero sin saber hacia dónde.

Javier sonrió con amabilidad.

—Eso no es falta de motivación, es falta de claridad. La motivación se agota cuando se alimenta solo de objetivos externos. Lo que te impulsa de verdad, lo que te sostiene cuando todo tambalea, es el sentido. Y eso solo se encuentra hacia adentro.

—Entonces, ¿por dónde empiezo?

—Por reconocer que liderarte no es solo una competencia profesional, es una necesidad vital. Liderarte es aprender a escucharte, a ponerte límites, a saber descansar, a decir que no cuando algo te aleja de tu esencia. Mira, cuando acompañé a Mónica, una responsable de talento humano, me decía algo muy parecido a ti: «Estoy agotada, pero no puedo parar». Ella confundía la productividad con el valor personal. Pensaba que si no demostraba resultados todo el tiempo, perdía su lugar. Le dije algo que también quiero decirte a ti: hacer sin dejar de ser es la verdadera maestría. Y eso implica hacer pausas para recordar quién eres en medio de lo que haces.

—Yo no tengo pausas, Javier. Me levanto pensando en lo que falta, me acuesto revisando temas pendientes. Y por dentro… siento un ruido constante. Como si tuviera la mente llena de voces que no me dejan en paz.

—Eso que describes es caos mental. Y es una de las principales causas del agotamiento emocional. No es que trabajes demasiado, es que no tienes espacios de silencio interno. Necesitamos aprender a desconectarnos para reconectarnos.

—¿Y eso se puede? Porque sinceramente, no sé cómo apagar todo esto. Ni siquiera cuando estoy de vacaciones logro descansar. Es como si la mente siguiera trabajando por inercia.

—Claro que se puede. Pero no ocurre de un día para otro. Es un proceso. Lo primero es aceptar que descansar también es una forma de acción. Mira, conocí a Ernesto, un empresario que vivía en constante alerta. Había construido una compañía desde cero, pero nunca paraba. El día que le hablé de descanso consciente, casi se ríe. Me dijo: «Si descanso, todo se cae». Y le respondí: «Si no descansas, el que se cae eres tú». Nos pasamos la vida sosteniendo estructuras externas sin darnos cuenta de que también necesitamos sostenernos a nosotros mismos.

Javier se levantó y sirvió dos vasos de agua. Al volver, miró a Santiago con firmeza.

—Voy a darte algo muy concreto. Una serie de estrategias que podrás aplicar desde ya. No para solucionar todo, sino para empezar a recuperar espacio interno, claridad y energía.

Lo primero ten y crea el diario de descarga emocional. Cada noche, antes de dormir, escribe lo que te preocupa, sin filtro. Es una forma de liberar la mente. No para resolver, sino para vaciar. Como quien limpia la mesa antes de cenar. Con Ernesto, el empresario que te mencioné, fue el primer cambio real: pasó de no dormir a poder tener noches tranquilas simplemente escribiendo cinco minutos al final del día.

Tienes que agendar con alma. No solo pongas reuniones. Agenda también tus espacios para ti: 30 minutos para caminar, 10 para respirar, 1 hora para leer algo que te nutra. Si no está en tu agenda, no está en tu vida. Aprendemos a valorar lo que ocupamos, y si tu calendario no refleja tu bienestar, tarde o temprano tu salud lo hará por ti.

Santiago seguía escuchando al mismo tiempo que anotaba.

Crea rituales de transición. Cambia de rol con conciencia. Cuando termines el trabajo, haz una acción simbólica: cierra el portátil con intención, ponte otra música, enciende una vela. El cuerpo necesita saber que salió de un estado para entrar en otro. De lo contrario, terminas siendo gerente hasta en la mesa familiar.

Santiago le iba a interrumpir pero Javier no le dio opción.

Ten claridad semanal. Cada lunes por la mañana, pregúntate: «¿Qué es verdaderamente importante esta semana?» Elige solo tres cosas. Las demás, que se alineen con esas. Esto evita dispersarte y volver a la rueda del hámster. Con Mariela, una directora de operaciones, hicimos este simple ejercicio durante tres meses. Pasó de 60 tareas a 15 esenciales. No perdió eficiencia; ganó foco, equilibrio y respeto de su equipo.

Tienes que acostúmbrate también a hacer micro descansos de presencia. Cada dos horas, detente 2 minutos. Solo respira. No revises el móvil. No respondas correos. Solo siéntate, respira y ya está. Esos pequeños retornos a ti son gigantes en su efecto acumulado. Cuando José, un comercial de alto rendimiento, lo incorporó, me dijo: «No sabía que parar dos minutos me podía devolver el control del día».

Y ahora la pregunta ancla.

¿Qué es eso, preguntó Santiago?

Javier miró a Santiago con una sonrisa. Cada vez que sientas ansiedad por decir sí a algo que no quieres hacer, detente y pregúntate: «¿Esto me acerca o me aleja de la persona que quiero ser?» Esa pregunta te devuelve al timón. En realidad, el liderazgo no se mide por cuánto haces, sino por cómo eliges.

Y, por último, ten conexiones de verdad. Dedica tiempo a hablar con alguien que te escuche sin juicio. Puede ser un amigo, un mentor o un terapeuta. El liderazgo interior también se fortalece al ser visto desde la autenticidad. Nadie puede liderarse si está permanentemente disfrazado.

Santiago tomó nota mental de cada una de las propuestas. Su rostro había perdido algo de dureza. La tensión de los primeros minutos daba paso a una sensación más suave, como si la carga se hubiera vuelto, al menos, más comprensible.

—Nunca me habían hablado de esto, Javier. Siempre me dijeron que ser líder era tener respuestas, resultados, control. Que un buen líder no se cae.

Javier soltó una risa breve, sin sarcasmo, pero con una honestidad absoluta.

—Y sin embargo, todos los que han llegado más lejos, lo han hecho después de caerse. Lo importante no es evitar la caída, es aprender a caer sin romperse. Y para eso, necesitas saber quién eres cuando no eres tu cargo ni tu título. Porque el liderazgo real no empieza cuando logras algo, sino cuando sostienes tu dignidad incluso cuando nada parece salir bien.

Santiago respiró profundo. Se había pasado la vida construyendo una versión de sí mismo que funcionara. Ahora entendía que no era suficiente funcionar. Había que sentir, había que vivir.

—Entonces no se trata de hacer más…

—Exacto. Se trata de hacer desde otro lugar. Hacer sin dejar de ser. Hacer con alma. La productividad vacía te desgasta; la productividad con sentido te construye. No es lo mismo una agenda llena que una vida llena.

Santiago lo miró en silencio. No sabía si lo que sentía era alivio o tristeza. Tal vez ambos. Pero por primera vez en mucho tiempo, no se juzgaba. Solo estaba. Y ese estado de presencia era ya un comienzo.

—Javier, hoy siento que empezó algo diferente. Tal vez no tenga todas las respuestas, pero por primera vez en mucho tiempo, siento que vale la pena hacerme las preguntas correctas.

Javier asintió con calma.

—Ese es el verdadero liderazgo, Santiago. El que se atreve a mirar hacia adentro. Porque solo quien se encuentra consigo mismo puede acompañar de verdad a otros. Y recuerda: la claridad no se impone, se cultiva. Y a veces, cultivar empieza con detenerse.

Santiago se levantó. No había prisa. Su andar era diferente. No ligero, pero sí más consciente. Como si cada paso, aunque pequeño, tuviera ahora dirección.

El reloj marcaba el final de la sesión. Santiago salió del despacho distinto. No había soluciones instantáneas ni fórmulas mágicas. Pero había una brújula interna que había comenzado a moverse. Y ese, para muchos, es el principio del verdadero cambio.

Porque, al final, liderarse es aprender a volver a uno mismo. Una y otra vez. Hasta que ese regreso se vuelva hogar.

Si te gustan estas temáticas, suscríbete al canal de YouTube Cambia el Chip Mental, www.youtube.com/@cambiaelchipmental, en el que abordan temas apasionantes relacionados con la psicología, la filosofía, el coaching y el crecimiento interior.

Si te gusta, compártelo con quien creas que lo puede necesitar

José Pomares

pomares@josepomares.es

www.josepomares.es

+ 34 620971455