Santiago llega nuevamente a la consulta de Javier, con el rostro marcado por la tensión. Pensó que había tocado fondo y no podía más.

La presión de su trabajo y los problemas sin resolver en su vida personal comienzan a afectarlo profundamente, creando un círculo vicioso que amenaza con desbordarlo.

Siente que no tiene control sobre su vida y, a medida que su autoestima disminuye, también lo hace su capacidad para enfrentar los desafíos que le rodean.

Comienza describiendo una discusión reciente con Ana. «Ella estaba molesta porque últimamente he estado distante. No pude evitarlo, me defendí criticándola por no entender la presión que estoy viviendo en el trabajo».

Javier escucha atentamente antes de intervenir: «Santiago, en las relaciones personales, como en el trabajo, la crítica no suele llevar a soluciones, sino a más conflicto. Cuando no escuchamos y criticamos sin reflexionar, es como si estuviéramos leyendo solo una parte de la historia. ¿Qué crees que hubiera pasado si, en lugar de criticarla, hubieras guardado silencio y escuchado lo que tenía que decir?».

Santiago reflexiona, dándose cuenta de que su reacción impulsiva empeoró la situación. «Quizás hubiera entendido mejor su punto de vista», admite. «Pero me cuesta mucho no reaccionar cuando me siento atacado«.

«Es comprensible», responde Javier, «pero el silencio, cuando se usa con sabiduría, puede ser una herramienta poderosa para desactivar una situación tensa. En lugar de criticar a Ana por cómo se siente, podrías intentar entender el origen de su malestar. Tal vez, lo que realmente necesita es sentirse escuchada y comprendida, algo que todos buscamos en una relación».

Santiago asintió. En el ámbito profesional, Santiago también enfrenta problemas. Recientemente, un proyecto en su empresa fracasó debido a la falta de comunicación y coordinación entre los equipos. Santiago, frustrado, ha caído en el hábito de quejarse constantemente ante sus colegas y superiores, lo que solo ha exacerbado el ambiente negativo en su lugar de trabajo.

«Javier, me siento atrapado. Nada cambia a pesar de mis quejas. Siento que no soy valorado«, dice Santiago durante la sesión.

Javier, con la paciencia que le caracteriza, le pregunta: «¿Qué crees que podrías hacer diferente?».

Santiago se queda pensativo. «No lo sé. Quizás debería dejar de quejarme tanto… pero ¿cómo hago para que las cosas mejoren?».

«Una queja expresa descontento, pero una sugerencia abre la puerta al cambio«, responde Javier. «En lugar de quejarte de lo que no funciona, intenta proponer una solución o una alternativa. Esto no solo demuestra iniciativa, sino que también puede inspirar a otros a seguir tu ejemplo«.

Santiago considera este consejo. «Tiene sentido», dice finalmente. «En lugar de quejarme de la falta de coordinación en el equipo, podría sugerir reuniones más frecuentes para alinear nuestros esfuerzos«.

Javier asiente. «Y lo mismo aplica en tu relación con Ana. En lugar de reclamar que no te entiende, podrías sugerir formas en las que ambos puedan mejorar la comunicación y el entendimiento mutuo».

Uno de los problemas más grandes que enfrenta Santiago en su vida profesional es la cultura de culpar a otros por los errores cometidos en los proyectos. En su empresa, después del fracaso de un proyecto importante, todos se enfocaron en encontrar al responsable, creando un ambiente de desconfianza y tensión.

«Es frustrante», confiesa Santiago. «Parece que cada vez que algo sale mal, lo único que importa es quién tiene la culpa, en lugar de como solucionarlo«.

Javier sonríe con empatía. «Eso es algo muy común en muchas organizaciones y también en nuestras vidas personales. Pero, Santiago, ¿qué crees que lograrías si en lugar de buscar culpables, te enfocaras en buscar soluciones?».

Santiago piensa por un momento. «Creo que podría cambiar la dinámica del equipo. En lugar de culparnos, podríamos trabajar juntos para encontrar una solución».

«Exacto«, responde Javier. «Y lo mismo se aplica en tu relación con Ana. Cuando enfrentéis un problema, como la falta de tiempo juntos o las discusiones frecuentes, en lugar de buscar quién tiene la culpa, dialogar juntos para encontrar una solución que funcione para ambos. El éxito de una relación es saber cómo estar de acuerdo cuando estemos en desacuerdo”

En las últimas sesiones, Javier ha notado que, aunque Santiago ha comenzado a aplicar cambios significativos en su vida, sigue enfrentando un obstáculo importante: su baja autoestima. Esto se manifiesta en dudas constantes sobre su capacidad para lograr sus objetivos y en la inseguridad que lo paraliza en momentos cruciales.

«Santiago«, dice Javier en una sesión particularmente introspectiva, «quiero que pienses en cómo te hablas a ti mismo. Muchas de las cosas que hemos discutido, como criticar a otros o buscar culpables, a menudo son reflejos de cómo te sientes contigo mismo. Si constantemente te criticas internamente, es natural que proyectes esa crítica hacia los demás».

«¿Cómo cambio eso?», pregunta Santiago, con una mezcla de curiosidad y desesperación.

«El primer paso«, responde Javier, «es ser consciente de tu diálogo interno. Cada vez que te sorprendas menospreciándote o dudando de tus capacidades, detente y reformula esos pensamientos. En lugar de pensar ‘no soy lo suficientemente bueno’, pregúntate ‘¿qué puedo hacer para mejorar en esta área?’. Esto no solo te permite ser más compasivo contigo mismo, sino que también te coloca en una posición proactiva«.

«Además«, prosigue Javier, «es importante que establezcas metas alcanzables. Hay que medir lo que hacemos. Te sugiero que te fijes objetivos concretos y midas tus progresos. Cuando logras un objetivo, no importa cuán pequeño sea, lo celebras. Este hábito no solo refuerza tu autoestima, sino que también te motiva a seguir adelante«.

Javier sugiere que Santiago también trabaje en su autoestima en su relación con Ana. «A veces», le dice, «la forma en que nos sentimos acerca de nosotros mismos influye directamente en cómo nos comportamos con los demás. Si te sientes inseguro, es posible que busques confirmación constante o que reacciones de manera defensiva. Sin embargo, si te sientes seguro y valorado, puedes ofrecer lo mejor de ti en la relación sin esperar que Ana supla esas carencias«.

¿Pero cómo puedo gestionar esas emociones que hacen que sea tan impulsivo?, pregunta Santiago.

Javier reflexiona y le explica.

Santiago, tienes que aprender a viajar con las emociones porque todas ellas están relacionadas.

El ser humano es una amalgama de emociones interconectadas, donde cada sentimiento parece ser la llave que abre la puerta a otro. Esta interrelación entre nuestras experiencias emocionales es lo que define gran parte de nuestra existencia. El amor, por ejemplo, es frecuentemente el punto de partida, es el núcleo de nuestra relación con el mundo, una fuerza que nos impulsa a actuar y a vincularnos con los demás. Sin embargo, el amor no siempre es correspondido o satisfactorio, y es aquí donde surge la frustración.

La frustración, continua Javier, es una respuesta natural cuando nuestras expectativas, muchas veces alimentadas por el amor, no se cumplen. Esta frustración puede llevarnos a cuestionar nuestras decisiones y nuestras relaciones, lo que a menudo se traduce en un sentimiento de culpa. Nos preguntamos si hemos hecho algo mal, si podríamos haber actuado de otra manera para evitar el dolor que sentimos. La culpa es una emoción que refleja nuestra conciencia moral; es un recordatorio de que hemos fallado, de alguna manera, en nuestra misión de actuar con rectitud.

A medida que la culpa se asienta, a menudo se acompaña de un dolor profundo, dolor no solo como una consecuencia del error, sino como una oportunidad para el crecimiento y la redención. Este dolor, aunque difícil de soportar, nos impulsa a reflexionar sobre nuestras acciones y a buscar una forma de aliviar el peso que llevamos. Aquí es donde el perdón entra en juego.

¿El perdón? preguntó Santiago

Sí Santiago. El perdón es un acto de caridad que nos libera del dolor y la culpa. Al perdonar a los demás y a nosotros mismos, rompemos las cadenas que nos atan al sufrimiento. Sin embargo, el perdón no siempre es fácil de otorgar. Requiere de una gran fe, una confianza en que, a pesar de nuestros errores y de los errores de los demás, podemos encontrar redención y paz.

Este proceso de perdonar y de tener fe en la redención nos lleva inevitablemente al arrepentimiento. El arrepentimiento sincero es necesario para que el perdón sea auténtico. El arrepentimiento es la manifestación de nuestra comprensión de la culpa y el dolor que hemos causado, y es el primer paso hacia la reconciliación con nosotros mismos y con los demás. Sin embargo, para que el arrepentimiento sea genuino, debemos tener una autoestima lo suficientemente fuerte como para reconocer nuestros fallos sin hundirnos en la desesperación.

Y la autoestima, continuó Javier, es fundamental para este proceso. Una autoestima saludable nos permite enfrentar nuestros errores con honestidad, pero también con compasión hacia nosotros mismos. Nos da la fuerza para buscar el perdón, tanto de otros como propio y para mantener la fe en que podemos mejorar y superar nuestros errores

Finalmente, este ciclo de emociones nos lleva de vuelta al amor, pero esta vez, a un amor más maduro y consciente. Después de haber experimentado la frustración, la culpa, el dolor, el perdón, la fe, y el arrepentimiento, comprendemos que el amor no es solo un sentimiento, sino un compromiso constante de crecimiento y comprensión. Es un amor que ha sido probado por el fuego de la experiencia y que ha emergido más fuerte y puro.

En última instancia, concluyó Javier, la interconexión entre estas emociones nos enseña que cada experiencia, cada sentimiento, es parte de un todo mayor. No podemos entender el amor sin comprender también la frustración que a veces lo acompaña, ni podemos alcanzar el perdón sin antes enfrentarnos a la culpa y el dolor. Es a través de este viaje emocional que nos transformamos, no solo en nuestras relaciones con los demás, sino en nuestra relación con nosotros mismos. Este proceso de transformación es lo que, en última instancia, nos lleva hacia una vida más plena y significativa, donde cada emoción, por más difícil que sea, encuentra su lugar en el camino hacia la paz interior y la realización personal.

 

José Pomares

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