¿Conoce alguna pareja que se haya roto? ¿Alguien que haya sido despedido de su trabajo? Sé que sí porque vive en este mundo. ¿Posibles causas? Variadas y numerosas. Yo me quiero centrar en la que a continuación expongo y reflexiono.
Ya saben mi pensamiento sobre que la vida familiar y laboral se parecen (casi) en todo. Y que en ocasiones los ejemplos se pueden aplicar (casi) idénticamente a un entorno y al otro.
Veamos el siguiente a ver si les suena.
A mi me encanta una persona. Es tal el grado de enamoramiento que ni tan siquiera percibo sus defectos. Hasta aquí, genial. Yo y ella, ella y yo. Pero se me olvida un tercer elemento, quizá el clave para que la relación perdure. Aparte de mi y de esa persona, falta que cuadre la relación que yo quiero tener en mi vida con la persona (que sea compatible con mis valores, principios, educación, cultura, respeto, modales, formas …) Si no es así, tarde o temprano me daré cuenta que el estado de “enamoramiento” me nublaba no solo como era esa persona sino, sobre todo, el vinculo que quería establecer para convivir de forma sana con esa persona.
Vamos al trabajo.
A mi me encanta mi trabajo. Es tanto el deseo que tengo de trabajar en eso que me gusta que acepto unas condiciones laborales que no son las mejores pensando que lo importante es hacer aquello que me gusta. Hasta aquí, genial. Yo y el trabajo, el trabajo y yo. Pero, al igual que en la familia, se me olvida un tercer elemento. El vínculo que deseo entre el trabajo y yo (que sea compatible con mis valores, principios, educación, cultura, respeto, modales, formas …) Lo mismo.
En el trabajo existen una serie de jugadores (propiedad, jefe, compañeros, clientes, proveedores, condiciones salariales …) que harán que el amor y el placer que sentía al principio del trabajo crezca o disminuya (ahora siga alternando ambientes y cámbielos por suegros, cuñados, hijos, hermanos, amistades …)
Pero para no complicar el tema, vamos a centrarnos exclusivamente en el jefe (pareja)
Siempre he mantenido que las personas no se van de las empresas, se van de los jefes. No creo que ningún trabajador se vaya de Inditex por no estar de acuerdo con sus políticas de expansión internacional sino por el jefe de planta que le tocó en la tienda en la que trabaja.
Y eso es lo que hace que cuando uno no está bien en su trabajo (pareja) o se busca otra (los más atrevidos y que confían en ellos) o simplemente bajan en su rendimiento (si alguien odia su trabajo y sigue allí, no dude que en su fuero interno acaba pensando que seguirá, pero no con ilusión, pasión y amor hacia lo que hace)
Conclusión. De las empresas se acaban yendo los buenos y se quedan los malos (o los buenos que por su baja actitud ya no van a rendir como antes)
De ahí la importancia vital que le doy al tercer elemento en cualquier relación. Los valores y la forma de vida que uno quiere conseguir. Y es un trabajo de ambos, no de uno solo.
Como he repetido mil veces, mi querido San Agustín ya lo decía. En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; y en todo generosidad. Pero si en lo esencial no estamos de acuerdo, … Difícil tarea mantener el vinculo sano. Porque entonces ya simplemente entrará en juego el interés, no la convicción. Y ninguna relación puede establecer un vínculo duradero y sano simplemente con el interés.
Yo quiero a mi lado gente a quien le importe, no a quien le interese.
Quizá la mayor diferencia entre la relación laboral y la de pareja es que en la primera sí hay jerarquía. Por ello aún más responsable debe ser el jefe que el subordinado a la hora de luchar por una buena relación. Y, aunque son muchos más los puntos para ser un buen directivo, hay cuatro que considero fundamentales.
El primero, la confianza, el único valor que no admite grados. Todos los demás valores pueden ir en ascenso o descenso, pero la confianza o se tiene o no se tiene. Y es imposible avanzar sin confianza, porque en caso contrario siempre habrá suposición. Y, no me pregunten por qué, el ser humano siempre supone para mal, no para bien.
El segundo, tranquilidad. Sus subordinados acabarán siendo una copia de la forma en la que viva y sienta las cosas. Y sé que en ocasiones cuesta, pero más cuesta el histerismo a la hora de dirigir, porque los conocimientos no se contagian, pero las emociones sí.
El tercero, ir siempre un pasito por delante de los suyos. Llámele proactividad si quiere. Una de las responsabilidades (y cargas) más fuertes que tiene dirigir, es ponerse al servicio de los demás incluso ante que al suyo (si tiene hijos entenderá el ejemplo)
Y, por último, saber escuchar. Pero no lo que le dicen, sino lo que no le dicen. Eso es un arte.
Les voy a confesar algo. Esto de fácil no tiene nada. ¿El mejor remedio? Equivocarse y humildemente reconocer el error y rectificar. La mejor forma de aprender.