Reitero en mis seminarios que una de las mayores responsabilidades del ser humano es dirigir a un grupo de personas, máxime cuando en nuestra educación académica lo más habitual es que no nos lo hayan enseñado. Y luego te das cuenta que es mucho más importante cómo trabaja un equipo que quién lo compone.
Es normal encontrarme con trabajadores frustrados por la relación con sus “jefes”. Pienso que la culpa, las quejas y las excusas son siempre una forma de descargar dolor, incomodidad y responsabilidad, lo cual no quiere decir que tengan o no razón (al menos su razón) pero lo que es evidente es que en la vida solo hay dos opciones; o aceptar las condiciones existentes o aceptar la responsabilidad de cambiarlas. Y cuando no haces nada por salir de la situación, la falta de acción genera frustración hacia uno mismo y deriva en rencor hacia los demás. Y eso duele.
Cuando se sufre una pérdida, ya sea en el ámbito personal o laboral, solemos escuchar al doliente decir que va a morir de dolor, pero no es cierto. De dolor nadie muere, con dolor se vive. Muchas personas se empecinan en sostener relaciones, insisto, igual me da en un entorno de pareja o de trabajo, que ya están quebradas y pagan el precio de poner sus vidas en las manos del dolor. Tal vez no es su culpa, pero sí es su responsabilidad encontrar una solución. Pero es ahí donde aparece el miedo de salir de la zona de confort. Y nuestros miedos no evitan la muerte, pero frenan la vida.
Podría dedicar el artículo a reflexionar sobre cómo dirigir mejor. Se supone (que ya es suponer) que un director de personas sabe hacer su tarea. Pero una cosa es saber y otra muy distinta sacar ventaja de lo que sabe. En el trabajo y en la vida, entre su estado actual y su estado deseado, solo existe una palabra, aprendizaje.
Pero prefiero centrarme en intentar explicar cómo se queda esa gente que ha sido mal dirigida, sobre todo con el ánimo de que seamos conscientes de las consecuencias y responsabilidad que conlleva la tarea, y analizar el motivo de por qué, aun así, permanecemos en esa “odiada” situación (seguro que por necesidad, aunque el precio de hacer siempre lo mismo es mucho mayor que el precio del cambio)
Me gusta poner ejemplos comparativos de familia y empresa para que nos sea más fácil entender las explicaciones.
En este caso dirigir sería como amar. Ya saben que para mí todo liderazgo que no implique servicio a los demás es simplemente jefatura. Pero a amar se aprende y todos debemos saber que quien ama sufre y que quien no ama enferma. El amor y el dolor son conceptos inseparables. Es imposible pensar un amor que no duela. El dolor psíquico aparece cuando nos vemos obligados a separarnos de algo que pensábamos que amábamos, y que nos amaba, y que en ocasiones nos parece una separación tan dolorosa que tendremos la sensación de no poder soportarla.
En una empresa hay tareas y personas. Si solo se dedica a las personas, mejor ponga una guardería, pero si solo se fija en las tareas, sin amor hacia las personas, dedíquese a la gestión de un campo de concentración.
Pero, y retomo el tema, hay que aprender y saber amar. Con valores. Los amores que humillan, que desprecian y que no nos valoran nos transforman en objetos y un objeto no es capaz de dar amor.
Si alguien está en una dirección enferma, lo mejor será que la abandone, aunque duela. Será el dolor que implique el trabajo de duelo, que puede durar meses, pero pasará. En cambio, estar en un vínculo sufriente puede durar toda la vida.
¿Qué ocurre entonces si alguien nos dirigió sin ningún tipo de amor ni del comportamiento ni del sentimiento y hemos vivido bajo sus enseñanzas?
El problema es que se puede “aprender” a amar por alguien que lo haya hecho de la mano de la violencia o del sufrimiento. Por dicho motivo, no le podría extrañar que esa persona luego construyera vínculos basados en aquel modelo que tanto le hizo sufrir. De ahí lo que luego cuesta salir de una relación que se basó en los malos tratos.
Tenemos que resistir la tentación de compartir el infierno que estamos pasando con la persona que nos está haciendo daño. Es un error buscar consuelo allí; nadie puede ser al mismo tiempo el problema y la solución.
Aunque la ruptura, la soledad, la crueldad de la distancia sufrida con nuestra marcha o nuestro abandono dejarán su marca y nos harán distintos.
Por ello, cuanto antes debemos aceptar la pérdida. No hay ningún trabajo ni relación cuyo coste sea nuestra frustración o nuestra muerte en vida.
Y pasaremos un tiempo de duelo, con seguridad. El duelo es un camino inevitable que va de una muerte a la otra. Comienza con la pérdida de algo real, ya sea un amor, un trabajo, una etapa de nuestra vida, … y concluye con una nueva pérdida, la que se afronta al dejar ir también la representación de aquello amado que ya no está.
Este punto final es quizás el más difícil. porque implica aceptar que quien se va, no se va solo, que una parte de nosotros se va con él. Y no volverá, al menos de la misma manera.
Y pasaremos un tiempo en que a ese duelo se le sumará la tristeza. Normal, no pasa nada.
No conviene confundir tristeza con melancolía. La tristeza es una emoción que en sí misma no tiene nada de patológica ni enfermiza. En ocasiones es la reacción más sana.
Muy al contrario, quién pierde algo que valora y no se entristece desvela un mecanismo de negación que puede ser peligroso.
Sin embargo, en la persona melancólica el duelo se interrumpe y, lejos de avanzar hacia una resolución sana, que permita retomar la vida, se detiene en un calvario que no cesa donde no existe consuelo ni paz.
Y del pensamiento continuo en la situación, pasará a nuestras emociones, siempre melancólicas y enfermas, que darán paso a expresarlo en nuestras palabras, creando experiencias en nuestro entorno que acabarán por no querer ni oír ni compartir.
Si quiere salir de ese círculo enfermo, deberá pagar el precio de estar solo hasta que aprenda a amar de un modo distinto. Es difícil, pero vale la pena. Después de todo, la soledad, cuando es necesaria, es el mejor de los caminos posibles.
No todos los amores (ni trabajos) merecen ser vividos. Solo aquellos que nos permiten amar de pie. El precio del amor jamás puede ser la pérdida de la dignidad, porque la dignidad es otro de los nombres del amor propio. Solo puede amar sanamente quien tiene algo noble para dar y, para eso, es imprescindible comenzar por respetarse a sí mismo.
Si dirige personas, por favor dirija con valores sanos y nobles. Si le dirigen personas, por favor ámese a sí mismo.
Y en ambos casos … recuerde:
Solo cuando estás bien contigo mismo puedes estar bien con los demás. Solo cuando manejas bien tu soledad, puedes manejar bien una relación.
Necesitas valorarte para valorar, necesitas quererte para querer, necesitas respetarte para respetar, necesitas aceptarte para aceptar.
Ya que nadie da lo que tú no tienes dentro de ti. Ninguna relación te dará la paz que tú mismo no crees o construyas en tu interior.
Mucho ánimo