Ante cualquier crisis todos pensamos en cómo salir de ella, cuando en muchas ocasiones la crisis nos invita a entrar en la misma con el fin de aprender de la vivencia. Queremos aprobar antes de estudiar. Pero los exámenes que nos pone la vida no son como los de la escuela. Ni tienen fecha fijada con antelación ni se trata de aprobar o suspender, sino de aprender. Toda crisis me pide primero que me mire dentro antes de responder hacia fuera.
Cuando una crisis no está bien gestionada aparecen la culpa y el rencor. La culpa se basa en el enfado con uno mismo, el rencor con los demás.
Como saben, me dedico al desarrollo personal para lograr una mayor productividad profesional. No podemos mejorar lo que hacemos si antes no mejoramos lo que somos.
Y no hay éxito sin excelencia personal. Cuando sólo hay éxito, hay excesos que con toda seguridad acabarán en corrupción con tal de conseguir los objetivos.
Me preocupa la excesiva orientación de algunas empresas a los resultados olvidándose de quién genera los beneficios, es decir, de sus trabajadores.
Mire, la codicia (no aspiración) de un corrupto no es medible. Cada vez querrá más. No es saciable. La aspiración es un derecho positivo que todos tenemos en nuestra justa ilusión de vivir más y mejor. La codicia es un mal que no tiene fin y que se conseguirá por medios ni lícitos ni legales.
¿Quién educó a nuestros corruptos? Los hay de todo tipo; políticos, empresarios, sindicalistas, gente “de la calle”, con sangre roja, con sangre azul,…. Piense más adentro. Piense en que estamos en una crisis de valores. Hemos pasado de la cultura del esfuerzo al hedonismo donde el placer de los sentidos prima sobre el valor de los sentimientos.
¿Sobre qué valores nos estamos educando? Lo único que diferencia a un buen líder de otro malo no es ni su pasión, ni su determinación, ni su compromiso, ni su esfuerzo, ni siquiera su plena dedicación. No, son sus valores, forjados en su educación.
Piense en los grandes avances tecnológicos de los dos últimos siglos. Si a la tecnología y al conocimiento no le inyectamos educación y valores podemos pasar de la música de cámara a las cámaras de gas.
La tecnología no entiende de valores. Somos nosotros los que tenemos que impregnar todas y cada una de nuestras acciones de valores éticos y positivos. Los economistas se han quedado sin respuestas (ni tan siquiera con preguntas) ante cada crisis económica. En una potencia tan impresionante como USA resulta que se viola a un niño cada 40 segundos, hay 3 millones de presos, 11 millones de adictos y más homicidios en un año que en 11 años de guerra en Vietnam. ¿Crisis económica?
Pero nos educan para sobrevivir, no para vivir. Aquí a nadie le enseñan a perdonar, a amar, a llorar, a agradecer, a sentir,… Gente con varias carreras y máster no sabrá jamás aplicar estos valores a sus profesiones. Y serán jefes con mucho poder pero no líderes con seguidores. Y el día que se les acabe el poder, otro más al paro. Y no somos conscientes que el problema de todas las empresas comienza en el egoísmo, la soberbia y la falta de humildad del personal. Esa es la raíz. Los problemas de procesos, procedimientos, tecnología o comunicación son más sencillos de arreglar. Y es que dedicamos mucho tiempo a cómo trabajar mejor y muy poco a cómo ser mejores personas.
Nada. No aprendemos. Estoy (a Dios gracias) todo el día impartiendo seminarios a empresarios y trabajadores. A los primeros no hago más que repetirles lo mismo. Mire, en un hotel, cuando hay plena ocupación en Semana Santa no es tiempo de capacitación para sus empleados. No, es hora de productividad plena. Pero cuando por circunstancias varias baja la productividad, aproveche al máximo para formar a su personal. Instruyendo, capacitando y motivando. No hay otra salida. Y como digo constantemente, si la formación le parece cara, pruebe con la ignorancia.
Y a mis queridos trabajadores, esfuerzo, formación, compromiso, ánimo y optimismo. Los obstáculos ponen a prueba nuestros talentos. Si estamos conscientes de nuestra realidad y dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos, los obstáculos se nos convertirán en oportunidades donde se demostrará nuestra calidad humana.
En mi labor de consultor de empresas he aprendido mucho de mi amigo Miguel. Es un líder.
Y es que el que conoce a Miguel descubre las diferencias entre el jefe y el líder, ya que parte de la primera premisa: ponerse al servicio de los demás, base fundamental del liderazgo que por paradójico que parezca enseña que su primera regla es que para mandar hay que servir
Para el jefe, la autoridad es un privilegio de mando; para Miguel, un privilegio de servicio. Siempre pendiente de todos en sus peticiones y necesidades
El jefe existe por el poder; Miguel, por la buena voluntad. Siempre es el primero en ofrecerse en todo.
El jefe inspira miedo, se le teme, se le sonríe de frente y se le critica de espaldas. Miguel inspira confianza, inyecta entusiasmo, envuelve a los demás en aires de espontánea simpatía
El jefe busca al culpable cuando hay un error. Miguel corrige, pero comprende; reprende, pero enseña con su ejemplo y voluntad de servicio
El jefe asigna los deberes, Miguel da ejemplo, es congruente con su pensar, decir y hacer.
El jefe hace del trabajo una carga; Miguel un privilegio. Y jamás se le pasa alentar a su equipo cuando les ve decaídos, estar pendiente de sus necesidades e intentar satisfacerlas
El jefe sabe cómo se hacen las cosas; Miguel enseña cómo deben hacerse. Uno no se toma la molestia de señalar caminos; Miguel vive poniendo flechas indicadoras para que alcancen sus objetivos.
El jefe maneja a la gente; Miguel las prepara con su ejemplo
El jefe dice “vaya”, Miguel dice “vayamos”, promueve al grupo a través del trabajo en equipo, suscita una adhesión inteligente, reparte responsabilidades, consigue un compromiso real de todos los miembros, motiva permanentemente para que su gente quiera hacer las cosas, y difunde una alegría contagiosa.
El jefe llega a tiempo; Miguel llega adelantado. Hace de la gente ordinaria, gente extraordinaria; compromete con una misión que a todos les hace agradable de cumplir.
Y además tiene todas las características innatas de un líder:
Paciencia dando ejemplo a los demás.
Afabilidad, prestando atención, apreciando y animando.
Humildad al ser auténtico sin pretensiones ni arrogancia o vanidad.
Respeto tratando a cada uno de sus compañeros y amigos como gente importante que son.
Generosidad al esforzarse por detectar y satisfacer las necesidades de los demás, pero no sus deseos
Indulgencia ya que no conocemos en él el rencor
Y honradez pues está libre de engaños y, por nuestra parte, es digno de toda nuestra confianza.
Es un líder con valores positivos. Es lo que le hace indestructible.
Miguel es de los que sabe superar una crisis. Gracias, muchas gracias Miguel por ser como eres. Y por tu ejemplo. Y por ser mi amigo.