—Hoy vengo con otra energía, Javier —dijo Santiago apenas entró al consultorio, con una libreta bajo el brazo y una mirada que mezclaba determinación e incertidumbre.

—Eso me alegra, Santiago. Te noto más enfocado. ¿Qué te trae hoy por aquí?

—No vengo porque algo esté mal. Vengo porque quiero que algo empiece a estar bien. Quiero crecer. Profesionalmente, sí. Pero también personalmente. Siento que he vivido reaccionando, apagando incendios, cumpliendo… y ahora quiero avanzar de verdad. Pero sin perderme.

—Eso es muy potente. Habla de una necesidad de madurez. ¿Tenes algo concreto en mente para trabajar?

—Sí, lo anoté. Quiero hablar de cuatro cosas que, creo, son esenciales si quiero dar el siguiente paso en mi vida: disciplina emocional, liderarme antes de pretender liderar, motivarme desde un lugar más profundo y ser productivo sin dejar de ser yo. Es mucho, lo sé.

—Es mucho, sí. Pero también es posible. Y más aún cuando viene de una voluntad real. Empecemos por la disciplina emocional, ¿te parece?

—Perfecto. Porque ahí siento que flaqueo más. Hay días en los que me propongo hacer mil cosas, pero apenas aparece una frustración, una crítica o simplemente una emoción fuerte… me desarmo.

—Eso tiene sentido. La disciplina emocional no significa dejar de sentir, sino aprender a gestionar lo que sentimos sin dejarnos arrastrar. Es como cultivar una especie de templanza interior. No es frialdad, es fortaleza.

—¿Y cómo se entrena eso?

—Primero con consciencia. Empieza por observar tus emociones en lugar de dejarte llevar por ellas. Cada vez que algo te movilice, haz una pausa. Respira. Pregúntate: “¿Qué estoy sintiendo? ¿Qué necesita esta emoción? ¿Qué acción me alinea con quien quiero ser?”. Al principio cuesta. Pero con práctica, vas creando espacio entre el estímulo y la respuesta.

—O sea, dejar de reaccionar automáticamente.

—Si. Y en ese espacio se juega tu libertad. Porque ahí puedes elegir una respuesta más madura. Más alineada con tus valores.

—¿Y qué pasa cuando no logro esa pausa? Cuando ya me dejé llevar…

—Entonces practicas la autocompasión. En vez de castigarte, aprendes. Revisas el episodio, reflexionas, y decides cómo lo manejarías diferente la próxima vez. Cada caída puede ser una oportunidad para construir esa disciplina.

—Me gusta. Me suena a que no se trata de ser perfecto, sino de ser consciente y persistente.

—Tal cual. La disciplina emocional no es dureza, es fidelidad a ti mismo.

—Y si eso lo uno con el segundo tema… ahí es donde entra el liderarme. Porque muchas veces espero que alguien más me dé dirección, aprobación o incluso permiso para avanzar.

—Eso es clave. Liderarte a ti mismo significa convertirte en tu propia brújula. No depender de los estímulos externos, sino de tu integridad interna. Es actuar según tus valores, incluso cuando nadie te aplaude. Es comprometerte con tu camino aunque no haya garantías.

—¿Y cómo se hace eso? Porque a veces no sé ni qué camino es ese…

—El primer paso es conocerte. Saber qué es importante para ti. Qué valores te definen. Qué cosas no estás dispuesto a negociar. ¿Quieres que lo trabajemos ahora?

—Sí, por favor.

—Dime tres momentos en los que te hayas sentido realmente orgulloso de ti. No por el resultado, sino por cómo actuaste.

—Mmm… Una vez me enfrenté a un jefe que quería manipular datos. Le dije que no, aunque sabía que eso iba a afectar mi puesto. Otro momento fue cuando acompañé a un amigo en un proceso duro, sin juzgarlo, solo estando ahí. Y el tercero, cuando dejé una relación que ya no era sana, a pesar de que me costaba muchísimo.

—¿Qué valores están detrás de esos actos?

—La integridad, la empatía… y quizás el coraje.

—Entonces ahí tienes tu brújula. Si cada decisión la contrastas con esos valores, vas a liderarte con coherencia. Y eso te va a dar una confianza profunda. No la que viene del éxito externo, sino la que nace de estar alineado contigo mismo.

—Y eso también me conecta con la motivación. Porque muchas veces espero tener ganas para actuar, pero las ganas no llegan. Me freno porque no estoy inspirado.

—Ese es un gran malentendido. La motivación real no depende del estado de ánimo. Depende de la visión. Cuando tienes claro para qué haces lo que haces, actúas aunque no tengas ganas. Porque hay algo más grande que el momento.

—¿Entonces no necesito ánimo, sino claridad?

—Correcto. Necesitas una imagen clara de quién quieres ser y qué quieres construir. Cuando eso está presente, puedes atravesar la pereza, el miedo, la duda… porque hay una dirección que te sostiene.

—¿Cómo puedo trabajar esa visión?

—Te propongo que esta semana escribas una carta desde tu yo futuro. Ese que logró convertirse en quien sueñas ser. Describe cómo vives, qué cosas haces, cómo te sientes. Y después, cada vez que pierdas el foco, vuelve a esa carta. Esa es tu guía.

—Me emociona solo pensarlo. Porque siento que si tuviera esa imagen clara, muchas decisiones serían más fáciles. Ya no estaría eligiendo desde la duda o la presión, sino desde la coherencia.

—Y esa es la clave de la motivación con visión. Te mueve una verdad profunda. No una emoción pasajera.

—Y por último… está lo de la productividad. Yo soy muy productivo, pero a costa mía. Me exijo, cumplo, pero muchas veces siento que me pierdo en el hacer. Como si dejar de producir fuera fracasar.

—Ahí entra la productividad con alma. Hacer sin dejar de ser. Lograr sin dejarte atrás. Significa actuar con intención, elegir qué tareas merecen tu energía, respetar tus ritmos, nutrirte mientras produces.

—¿Y eso cómo se hace en lo cotidiano?

—Empieza por preguntarte cada mañana: “¿Qué es realmente importante hoy?”. No qué es urgente. No qué esperan otros. Sino qué te acerca a tu visión. Y cada noche, haz una revisión: ¿Qué hice? ¿Cómo me sentí? ¿Me respeté en el proceso?

—Es simple, pero poderoso.

—Sí. Porque lo esencial no suele ser complicado. Solo requiere compromiso.

—Entonces, si entiendo bien, estos cuatro pilares se entrelazan. Si cultivo disciplina emocional, puedo liderarme. Si me lidero, puedo actuar por visión. Y si tengo visión, puedo ser productivo sin vaciarme.

—Exactamente. Y lo estás integrando muy bien. Este proceso no es lineal, pero con práctica y constancia se transforma en una nueva forma de vivir.

—Antes de que terminemos la sesión, Javier, me gustaría poner en palabras todo lo que me llevo. Porque siento que si no lo verbalizo, se me va a diluir —dijo Santiago, mirando su cuaderno con las hojas ya llenas de anotaciones y subrayados.

—Me parece muy buena idea. Poner en palabras consolida lo que estás integrando. Te escucho.

—Creo que, por primera vez en mucho tiempo, estoy entendiendo que avanzar no es correr más rápido ni hacer más cosas. Es sostenerme a mí mismo con consciencia. Entendí que la disciplina emocional no es contener todo como una piedra, sino poder estar con lo que siento sin dejar que eso me gobierne. Aprender a hacer pausas, nombrar mis emociones, y actuar desde lo que elijo, no desde lo que me arrastra.

—Eso es sabiduría emocional. Y con práctica, se vuelve parte de tu forma de estar en el mundo.

—Después está el liderarme a mí mismo. Y eso me tocó hondo. Me di cuenta de cuántas decisiones tomé buscando aprobación o por miedo al rechazo. Hoy entendí que liderarme es serle fiel a mis valores, incluso cuando no tenga certezas, incluso cuando nadie me mire. Y que mis valores —la justicia, la lealtad y el coraje— son los que tienen que guiar mis pasos.

—Eso te da una base interna mucho más sólida que cualquier validación externa.

—Sí. Y eso me conecta con la motivación. Porque siempre pensé que necesitaba ánimo para actuar. Pero ahora veo que lo que me hace falta es visión. Una imagen clara de quién quiero ser. De cómo quiero vivir. De qué huella quiero dejar. Esa carta que me propusiste escribir a mi yo futuro… me la voy a tomar en serio. No como un ejercicio más, sino como un contrato con mi versión más íntegra.

—Esa visión va a ser tu motor cuando el ánimo falle. Y te va a recordar qué sentido tiene lo que haces.

—Y por último, la productividad. Me llevo una idea que me liberó: ser productivo no es rendir todo el tiempo, sino vivir con intención. Que puedo hacer cosas valiosas sin vaciarme. Que puedo cuidar mi energía, priorizar con sentido, descansar sin culpa. Y que, si me escucho, voy a encontrar formas de avanzar sin traicionarme.

—Ese equilibrio es lo que transforma el esfuerzo en crecimiento real. En vez de agotarte, te va a expandir.

—Gracias, Javier. Hoy siento que no solo entendí cosas, sino que me llevé herramientas reales. Y eso me entusiasma.

—Y ese entusiasmo es una buena señal. Es la respuesta natural de tu ser cuando percibe que está volviendo a casa.

Si te gustan estas temáticas, suscríbete al canal de YouTube Cambia el Chip Mental, www.youtube.com/@cambiaelchipmental, en el que abordan temas apasionantes relacionados con la psicología, la filosofía, el coaching y el crecimiento interior.

Si te gusta, compártelo con quien creas que lo puede necesitar

José Pomares

pomares@josepomares.es

www.josepomares.es

+ 34 620971455