Santiago se acercaba a la consulta de Javier pensando si en ocasiones la sinceridad con la que éste le hablaba le dolía en exceso. Por ello comenzó la sesión directo con una pregunta.

¿Tu piensas que siempre hay que ser sincero?

Javier reflexionó. Sabía que Santiago confundía la sinceridad con el sincericidio, y por ello comenzó su disertación aclarando conceptos.

Ser una persona sincera no es decir todo aquello que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa

Cuando tu sinceridad es capaz de bajar una autoestima, cuando tu opinión va a conseguir humillar a alguien, cuando tu crítica sabes que logrará disminuir al ajeno, mejor quédate en silencio. Porque verdades sin empatía y amor son conveniencias emocionales para satisfacer tu ego. Pero ten en cuenta que las verdades duelen, y debes analizar ese dolor que te causa que te digan opiniones o pensamientos distintos o contrarios a los tuyos. Es posible que conlleven una verdad que no quieres o no sabes ver.

Santiago le comentó que en ocasiones le costaba aceptar por injustos ciertos hechos o comentarios que le estaban sucediendo tanto a nivel personal como profesional.

¿Por qué me tiene que pasar a mí?, preguntó a Javier. A este paso creo que voy a acabar con una depresión, sentenció Santiago.

Querido amigo, comenzó Javier mirándole fijamente a los ojos. La depresión es la agresión vuelta contra uno mismo, pero que todos acabamos pagando.

Una sociedad de consumo, cuantitativa, que intenta facilitarnos los bienes materiales para arrojar de nuestras cabezas la cultura del esfuerzo, está enamorada de personas depresivas que piensan que sus males se curan adquiriendo bienes pasajeros e innecesarios. 

A primera vista, continuó Javier, el primer motivo de depresión es por no aceptar las cosas que nos pasan. No es cierto. Hay uno anterior. El no aceptarnos a nosotros mismos. No podemos aceptar lo que nos pasa si no nos aceptamos antes a nosotros.

La vida no es un acto a ejecutar Santiago, en una actitud a adoptar. Y ante los exámenes sin avisar que nos pone la vida podemos tomar un camino de aceptación o de no aceptación de los sucesos. Pero si antes hemos trabajado sobre nosotros aceptándonos, nos resultará más fácil entender los acontecimientos que nos ocurran. Ya sabes que la vida no evalúa con aprobado o suspenso. Le importa que aprendamos la lección. La vida está hecha de un 10% de las cosas que nos pasan y 90% de la manera en que reaccionamos ante ellas.

¿Y qué ocurre si me niego a aceptar las cosas que me están pasando?, preguntó Santiago

Bueno, puedes no aceptar los acontecimientos de forma pasiva o activa, le respondió Javier

¿Cómo? ¿Me puedes explicar esa diferencia? le inquirió Santiago.

Si elegimos una no aceptación pasiva nuestra actitud será de resentimiento o resignación. Nada tiene que ver la aceptación con la resignación. Ésta es un puerto de llegada y empezarás a lamentarte diciéndote “qué voy a hacer, me tocó a mí, así es la vida” …, en definitiva, vivir como espectadores de la película de nuestra vida. La resignación te deja en un estado pasivo a la resistencia, envenena la vida.

Sin embargo, Santiago, prosiguió Javier, la aceptación te invita a una respuesta. La aceptación es un puerto de salida, nos convertimos en protagonistas de nuestros acontecimientos futuros.

¿Y que diferencia hay con la no aceptación activa?, le interrumpió Santiago interesado por el tema.

Con la no aceptación activa aparecerán en nosotros la rebeldía o la resistencia.

De una manera u otra, lo que hacemos es rechazar la realidad. Al pasar los años, al no aceptarnos, nos convertimos en gente que se queja de todo, juzga todo. Y al no aceptarme me vuelvo dependiente. La persona que nunca se acepta, vive mendigando la aceptación de los demás. La persona que no acepta la realidad termina dependiendo de factores externos y siendo adicta a ciertas cosas que le dan placer.

¿Adicta? Se sorprendió Santiago. ¿Qué tienen que ver las adicciones aquí?

Todo Santiago. Las tres adicciones más comunes son la crítica y la no compasión, ya que criticamos al otro y a nosotros mismos… La segunda es la adicción a la comparación, uno se compara y compara… La tercera provocada por el miedo es el control, ya que quiero controlar todo y a todos. Y una persona que no tiene aceptación envenena la convivencia.

¿Tan importante es entonces que acepte lo que me pasa, Javier?

La aceptación siempre tiene una mirada activa ante la vida, respondió Javier. La vida siempre me invita a revisarme. Lo primero que hace es reconocer la realidad que se me presenta para posteriormente recibirla y responder ante la misma.

¿Y tú aceptas todo lo que te pasa?, preguntó Santiago

Cuando uno aprende a aceptar la vida, puede ayudar a otros a aceptar sin lamentarse, ni criticarse, …  te abraza y te comprende. Y a partir de ese momento, si el otro me acepta o no me acepta, es problema del otro.

Entiendo. ¿Y hay alguna receta mágica para ponerme en marcha y aceptarme? preguntó Santiago ansioso de poder hacer algo para cambiar el rumbo de su vida.

Javier sonrió. Ni se molestó en contestar a las recetas mágicas. Pero sí le intentó aportar algunas claves para que Santiago las practicara.

Lo primero desecha aquello que te sobra. Si tuvieras que correr 100 metros con una mochila, lo primero que harías sería deshacerte de la mochila. Incluso antes de empezar a entrenarte para ponerte en forma. Obtendremos resultados más rápidos desechando lo que nos sobra que desarrollando lo que nos falta.

Además ten diligencia en tu quehacer diario. Es decir, haz las cosas bien y en el tiempo oportuno.

También Incorpora la disciplina a tu vida. No es sencillo hacer aquello que no nos es natural de forma constante… hasta que se convierta en un hábito saludable.

Y toma decisiones, aunque te equivoques. Tomar decisiones no es pensar lo que voy a hacer, es hacer lo que he pensado. Y no temas equivocarte y caerte, el mérito es saber levantarse.

Casi nada, dijo Santiago. ¿Algo más?

Sí, por supuesto, invierte en tu desarrollo personal.  Continuamente. ¿Te imaginas montarte en un taxi y que te pregunten a dónde vas y no saber responder? Que absurdo, ¿verdad? Pues así vamos si no tenemos claro para qué nos levantamos.

Bueno, pues me voy con deberes y ya veo que tengo que hacer muchas cosas en mi vida, matizó Santiago.

No te equivoques Santiago, le respondió Javier.

En ocasiones, con demasiada frecuencia, pensamos que la fórmula mágica del éxito es hacer para tener y así ser más y mejor. Y no. El ser está por encima de todo.

Al final del día hemos hecho muchas cosas, tantas que cuando llegamos a casa y tenemos unos minutos de asueto se nos ha olvidado quedarnos a solas y hablar con nuestro ser. Y es tan pobre nuestro dialogo interior que directamente ponemos la televisión, la tablet o buscamos otro medio que simplemente haga que no reflexionemos y hablemos con nosotros mismos.

Difícil conocernos y crecer en un mundo tan acelerado y que antepone la cultura del reloj a la de la brújula

Javier, perdona que te interrumpa, pero me parece a mí que mucho no te gusta a ti esta sociedad, comentó Santiago.

Puede ser, respondió Javier mirando como al vacío.

Vivimos en una sociedad que proporciona de todo pero apenas nos llena nada. Y cuanta más vacía es una vida, más nos pesa llevarla. De ahí que a la mayoría de la gente no le guste su trabajo, se aburra con su pareja, abandone sus vínculos afectivos y en definitiva no le encuentre sentido a su vida.

Y con la cabeza baja esperamos que pase la crisis, que vengan mejores tiempos o simplemente que un golpe de fortuna haga que gire el timón de nuestra existencia. Consecuencia, y acabo ya Santiago, que miramos y buscamos más en el afuera que en nuestro interior, y nos conformamos con vivir momentos placenteros y no luchamos por ser personas alegres.

¿Es que el placer no lleva a la alegría?, le preguntó Santiago a Javier mientras se levantaba dando por finalizada la sesión.

Es distinto Santiago. La alegría es un sentimiento de consciencia, uno es alegre. El placer es un estado emocional, o dicho de otro modo uno siente placer. Ser alegre es una decisión propia y existencial. Tener placer es un acto externo y momentáneo. Y creo que nuestra sociedad precisa para su infinito consumo de gente placentera y no alegre

¿Pero es que entonces es malo tener placer, Javier? preguntó Santiago mientras se despedía ya en el rellano del pasillo.

La alegría es vivir la vida. El placer es tener sensaciones de la vida. Cuando el placer se conecta con la alegría, eleva tu vida y es una manifestación hermosa. Cuando vives el placer sin la alegría, te rebaja tu condición humana y te hace solo instintivo. Y comienza la adicción que llevará a la acumulación y por ende a la corrupción, ¿te suenan esas palabras en esta sociedad, Santiago? Dijo Javier mientras sonreía con un amago de tristeza.

Por eso, concluyó Javier, la calidad de tu vida dependerá de la cantidad de tu alegría. Y la alegría no tiene que ver con la ausencia de problemas, con que me vaya bien o mal, sino porque adentro mío estoy convencido de que sé para qué vivo y lo que es importante y esencial en mi vida.

Y ya despidiendo a Santiago, Javier le dijo al oído.

Quédate con esta frase; sabiduría no proviene de saber sino de sabor. El hombre sabio no es el que más sabe, sino el que aprende a disfrutar y vivir la vida. A partir de ahora, Santiago, sé un hombre sabio.

José Pomares

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