Según van pasando los años pedimos y necesitamos un amor distinto.
Así, al comenzar una relación a temprana edad, aspiramos a que la pareja nos diga un cariñoso “te quiero”. Igual que sucede cuando tenemos nuestro primer trabajo. Nos sentimos “plenamente” felices cuando una empresa nos dice “te quiero” para mi negocio. En ambas circunstancias, parece como si nuestro sueño se hubiera cumplido. Basta con que nos quieran.
Con el paso de los años, uno se da cuenta que necesita algo más. Ya no nos vale sólo con que nos quieran (nos pueden querer bien, mal, con locura, de forma agobiante,…). Por supuesto que sigue siendo necesaria la querencia, pero aspiramos a que la pareja, a que la empresa, además nos aporte. Si no encontramos, mutuamente, esa aportación, la relación, ya sea familiar o empresarial, queda coja. Es nuestro deseo y aspiración sentirnos identificados y repletos con lo que dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo, bien sea hablando de la familia o de la empresa. Que seamos conscientes de que aportamos y que nos aportan.
Pero ni siquiera así, siguiendo pasando los años, estaremos plenamente satisfechos.
La última etapa es la de estar al lado de alguien, la de trabajar con alguien, que sea capaz de sacar lo mejor de nosotros. Y nosotros seamos capaces de dar lo mejor que tenemos. Es entonces cuando, queriendo, aportando y dando lo mejor de uno mismo te das cuenta de lo maravilloso de las relaciones, familiares y empresariales.
Coherencia es hacer lo que se supone que debe hacer según la expectativa que los demás tienen de usted. Es una actitud más hacia el afuera.
Congruencia significa que mis actuaciones están de acuerdo o en armonía con lo que pienso, digo y hago. La congruencia viene marcada por mí y lo que quiero ser. Es una actitud hacia dentro.
Esta explicación hace que entienda, aplicando la buena fe, la de “jefecillos” que hay coherentes (sus subordinados poco esperan de ellos) y congruentes (sólo piensan, dicen y actúan pensando en su propio beneficio) en nuestras empresas.
También es cierto que hace más ruido un árbol cayendo que cien creciendo, ya que cada vez más, hay excelentes “líderes” que entienden el ejercicio de su mandato como servicio y no como simple poder. Y me consta porque a ello me dedico y lo aprecio con frecuencia.
No se trata de mover y ser motor de los demás (eso está bien para las jefaturas) sino imán que atraiga al ajeno elevándole en el horizonte de su visión, porque el horizonte solo está en los ojos del que mira. No es cuestión de brillar, sino de iluminar el camino a los demás.
El disolvente del miedo es la confianza y no podemos establecer vínculos y relaciones efectivas, ni personal ni profesionalmente, si no existe confianza entre los miembros de un equipo.
El miedo siempre tapa y calla, la confianza abre y habla. Y así podremos comenzar a apasionarnos en nuestro quehacer diario. Si se propone algún día mandar con dignidad, debe servir con diligencia. Y con pasión.
La pasión la nota todo el mundo pero su ausencia también.
Liderar no es sólo tener conocimientos de habilidades para mandar, que son necesarias bien aplicadas, es vivir con un compromiso personal ante la vida.
El liderazgo hacia los otros es el reflejo del liderazgo hacia uno mismo. Si usted no lidera su propia vida, se podrá hacer el líder, y creer que lo es por su cargo, pero eso no tiene nada que ver con el liderazgo.
El líder promueve, no mueve. ¿Y cómo promuevo al otro?
Haciendo que el otro saque su propio liderazgo. El líder edifica con la palabra, educa al otro con la reflexión, y escucha atentamente con el corazón (no con el oído). La mejor manera de convencer a alguien para que haga algo es lograr que quiera hacerlo.
Y el liderazgo solo se alcanza por el compromiso personal. No hay recetas mágicas
Y menos si le prometen que es tarea fácil de conseguir en capacidades y tiempo.
La urgencia es un calmante temporal que se usa en exceso en nuestra sociedad.
¿Y qué calma? La angustia provocada por la brecha que se abre entre la brújula y el reloj.
Aunque son parecidos, el reloj marca el tiempo mientras que la brújula orienta la dirección. El problema que tenemos es que estamos en la cultura del reloj (no tenemos tiempo para nada y todo hay que conseguirlo ya) y la brújula la metimos en algún lado tapada por un montón de cosas que no son importantes y no la encontramos… Lo más importante de un primer paso no es la distancia recorrida, sino la dirección.
Ante la cultura de la urgencia, de mirar el reloj, prioricemos lo importante, mirar antes nuestra brújula para saber dónde estamos. Pensar sentado es difícil, pensar corriendo es más difícil todavía.
Y sobre todo consiga intimidad (no intimidar) con su gente. La intimidad no es un acto a ejecutar, es una actitud a adoptar. Y al igual que con uno mismo, también en esta ocasión y para con los demás, hay en ese triángulo de la conciencia de pensar, sentir y actuar tres claves para conseguirla.
En el pensar, en la mente, TRANSPARENCIA. En las relaciones, ya sea a nivel personal o profesional, cuando se pierde la intimidad aparece la rutina, la costumbre, la monotonía. En la superficialidad hay apariencia, en la intimidad brota la presencia. Esa transparencia que hace que nuestras actuaciones sean coherentes con lo que pensamos y sentimos. Entre dos, lo que no se dice y se habla se acaba haciendo. Una transparencia que también hable de nuestras limitaciones, sin miedo y con humildad para saber trabajarlas y de nuestras fortalezas en valores que al encarnarse en nosotros se conviertan en virtudes y así poder colaborar al crecimiento de la otra persona.
En el corazón, en el sentir, TERNURA. Hacer sentir a la otra persona que estás ahí, ahora y en este momento, no de paso por su vida. Alcanzar su interior con mi ser, no simplemente con mi tener o hacer. Interesarse no con preguntas a modo inquisitorial, sino con comprensión y haciendo sentir a la otra persona que es bien escuchado. Hay padres y madres que no besan ni abrazan a sus hijos. Así es difícil llegar a la intimidad. Se alzará el respeto, pero cuantas familias hay que se respetan tanto entre sus miembros que cada una come aislada en su habitación, sin compartir gestos, palabras y maneras.
Y en la acción, en la voluntad, TIEMPO. Muchas veces confundimos la falta de tiempo con la ausencia de interés. Cuando no hay tiempo para la intimidad, el sentimiento se apaga y nace el resentimiento. Adoptemos nuestra estrategia a la hora de cruzar una calle con un semáforo como indicativo. Pare, mire y avance en su vida. Y tome su tiempo para trabajar la intimidad con el otro. Cuando hay intimidad, tenemos tiempo de hablar de las cosas importantes, cuando no hay tiempo, acabamos siendo reporteros de los acontecimientos que pasan en nuestra vida, siempre primando la cantidad de la conversación antes que la calidad de la misma. No es hablar mucho, es hablar bien, no es abrazar mucho, es abrazar bien, no es besar mucho, es besar bien.
Cuando no hay intimidad con el otro, la apariencia vence a la transparencia, la frialdad a la ternura y el apuro al tiempo.
Y aplíquelo con su equipo.
Ponga transparencia para con sus colaboradores, dígales lo que espera de ellos, ayúdeles a conseguirlo y reclame su disposición a estar presente en lo que puedan necesitar.
Impregne de ternura sus sentimientos, no como un amor del sentimiento sino del comportamiento, no tiene porqué querer a todos por igual pero sí comportarse con los mismos con ética y justicia.
Y actúe con tiempo porque la mala noticia es que el tiempo vuela pero la buena es que el piloto es usted. Cuanto más tiempo dedique a pensar, más tiempo productivo tendrá.