Nadie va a pasar a la historia por cumplir normas. Los actos no engrandecen, simplemente se ejecutan. Es la actitud la que va a hacer que seamos recordados. Y la debilidad de la actitud se vuelve la debilidad del carácter.

Decía Paco de Lucía “Llevo desde niño practicando todos los días una media de 14 horas diarias, y a eso, en mi tierra, le llaman duende”, o en su versión americana Woody Allen expresaba “me ha llevado diez años tener éxito de la noche a la mañana”

Los distancia entre los sueños y la realidad, se llama disciplina. Y no es fácil asumirla en uno mismo ya que es un valor antinatural. Ningún niño nace con disciplina, muy al contrario se la tenemos que inculcar con transparencia, ternura y tiempo.

Y el hábito por hacer las cosas con esfuerzo, pero sin sacrificio, obliga a tres pasos sin los cuales no nos será posible.

El primer motor indispensable para conseguir nuestros objetivos será el deseo, que nos conducirá a la motivación por conseguirlo y por ende al querer hacerlo. Pero no es suficiente.

Me produce horror cuando escucho eso de “querer es poder”. Mire, no creo que ningún padre quiera que su hijo pase carencias, y por mucho que quiera, en ocasiones no lo podrá conseguir. Sí es cierto que lo primero para conseguir algo será quererlo, pero no al revés.

El segundo paso para que nuestro hábito sea sano y productivo será el saber, la teoría, que desembocará en preguntarnos qué hacer, por qué hacerlo y, sobre todo, para qué realizarlo.

Muchas veces nos preguntamos el “por qué” de las cosas, pero si se da cuenta nuestras respuesta a esa pregunta tenderá al pasado y a la justificación. Mejor analizar el “para qué” de las cosas, ya que en nuestra reflexión tenderemos a respondernos con miras al futuro y a la actuación.

Y, por último, nos quedará la práctica, la habilidad o, dicho de otro modo, el cómo hacerlo.

Lo que configura nuestras vidas no es lo que hacemos de vez en cuando, sino lo que hacemos de forma consistente. Para tener éxito no hay que hacer cosas fuera de lo normal, pero si ciertas cosas repetidas hasta la saciedad. Y el seguimiento de las actuaciones en ocasiones aburre, pero es crucial.

Insisto en que de las cosas útiles que podemos hacer en nuestras vidas es quitar un mal hábito de nosotros para incorporar otro que sea sano y productivo.

Entonces, ¿por qué cuesta tanto incorporar un nuevo hábito? Las dos incapacidades más frecuentes con las que nos encontramos son la incapacidad para mantener el esfuerzo y para aplazar la recompensa. Hoy lo queremos todo ya y a ser posible con el mínimo esfuerzo. Y se vencen cuando hay pasión y argumentos que nos den sentido al esfuerzo que tenemos que realizar para lograrlo.

Creo que antes había más dinero que talento, y por ello se pagaban grandes sueldos ante la carencia de personal. Hoy, por la propia evolución del mundo, hay más talento que dinero y si bien pudiera parecer una buena noticia por la preparación de nuevas generaciones, cuesta más encontrar a personas comprometidas con la cultura del esfuerzo y la paciencia para conseguir resultados.

¿Qué hacer? No hay varitas mágicas ni recetas de aseguramiento de éxito, pero sí ciertos hábitos que podemos incorporar a nuestra visión y estrategia empresarial.

Contrate la actitud y entrene la habilidad. La próxima vez que contrate a alguien para su corporación, vea menos su curriculum y hable con él para que le responda a estas tres preguntas ¿quién eres?, ¿a dónde quieres ir? y ¿para qué estás aquí? Recibirá, si sabe contestarlas, información muy valiosa para su futuro desempeño.

Y si los directivos no ven a los trabajadores como individuos únicos y valiosos sino como herramientas que pueden descartarse cuando ya no son necesarias, los empleados tampoco verán a la empresa como algo con más valor o significado que ser una pagadora de sueldos. Y algo que es nuestra obligación, es hacer apóstoles en nuestras corporaciones, no mercenarios.

Piense que el tipo de relación que tenga un empleado con su jefe inmediato será el factor determinante para saber cuánto tiempo se quedará en su organización y su nivel de productividad. Asusta pero es así. La gente no se va de las empresas, se va de sus jefes.

Si usted que me lee es empresario, o tiene a su cargo la responsabilidad de dirigir a un equipo, empiece ayudando a hacer libre a su gente.

Lo primero que quita la libertad es el miedo. El miedo busca lo seguro, el amor te lanza a la plenitud. El miedo siempre tapa y calla, el amor abre y habla. El día que un empleado no tiene miedo a que le puedan echar, ese día no dude que estará preparado para aportar el 100% de su valor.

Y dele mucha importancia a dirigir con inteligencia emocional.

Debemos aprender a focalizar nuestra atención en las emociones. Debemos ser guardianes de nuestra atención, porque dependiendo dónde la dirija estará despierto para responder ante los acontecimientos que le sucedan o disperso y distraído haciendo que le dominen.

Pensamientos negativos que unidos a nuestras emociones harán que reaccionemos con agresión, angustia y ausencia para después juzgar e intentar controlar viviendo siempre con inquietud y confusión y llevándonos a la inconformidad, insatisfacción e individualismo

O pensamientos positivos para que nuestras emociones hagan que aceptemos la realidad y respondamos ante la misma, como una oportunidad para aprender y mejorar, sustituyendo la agresión por la paz, la angustia por el perdón y la ausencia por la presencia, con gratitud, gozo y generosidad en nuestras actuaciones.

Y lo curioso es que para la mejora de nuestros directivos y trabajadores (y familias) la inversión material que hay que hacer es nula. Educación. Pero la educación no como transmisión de conocimientos sino de valores.

Recuerde siempre que para enseñar basta con saber, pero para educar hay que ser. En definitiva, dar ejemplo a los demás. Y eso depende de usted.