Hay personas que apenas las conoces parece como si hubiera con ellas máxima conexión.
Wifi a su máxima cobertura. Tan transparentes que no había clave de usuario.
¿Qué contraseñas hay que descifrar para lograr una buena relación personal y, por ende, profesional?
Siempre he pensado que, en ocasiones, uno se enamora de la ficción de persona que se imagina que es el otro y se desenamora cuando conoce cómo es. Como con las empresas.
Pero no siempre sale mal, ¿verdad?
Hay relaciones maravillosas de principio a final, y me gustaría profundizar en las claves para conseguirlo, aprendiendo de los errores que cometemos. Antes que aprender de los éxitos es mejor aprender de los errores. La mayoría de las personas fallan por los mismos motivos, mientras que el éxito se puede atribuir a varias razones
Ya saben que igual me da hablar del entorno personal que profesional, porque nadie puede mejorar lo que hace si no progresa en cómo es, así que aplíquenlo a lo que más les interese.
Alguien puede pensar que la comparación es errónea ya que en el trabajo hay un nivel jerárquico, lo cual no sucede (o no debería suceder) en las relaciones de convivencia.
Pero ¿quién tiene el poder afectivo en una relación? Sin duda el que necesita menos al otro ya que podrá prescindir más fácil, aunque ese poder se pueda usar para bien o para mal. Nuevamente, como en el trabajo.
Y es este un tema de vital importancia. Las personas son sin duda el mayor activo de una empresa. No importa si el producto es automóviles o cosméticos. Una compañía sólo puede ser tan buena como la gente que la mantiene y las conexiones que entre ellas se establezcan.
En una relación tiene que haber ante todo equilibrio que lleve a una reciprocidad.
Tiene que existir una compatibilidad con lo positivo con predisposición a darse, que no es sino abrirse y entregarse. Al abrirnos manifestamos nuestra interioridad y trabajamos la intimidad.
De lo contrario seríamos egoístas que no compartiríamos nada y hasta nos molestaría la opinión del otro, polemizando en lugar de dialogar.
Y entregándonos, ya que así nos daremos cuenta que lo que le duele al otro también me duele a mí, siendo solidarios en nuestras actuaciones, pues lo que se opone al amor no es el odio sino la indiferencia.
Con esa reciprocidad no se podrán violar los valores ni se dará cabida al menosprecio o al maltrato. Y dialogando. Las personas más silenciosas tienen las mentes más ruidosas.
Con actitud y actuación. La debilidad de la actitud se vuelve la debilidad del carácter. Los hábitos nos convierten en mejores o peores personas. Hay que buscar el equilibrio en el movimiento y no en la quietud
Para conseguir la unidad y no caer en la uniformidad tenemos que trabajar la territorialidad del sujeto, ya que no somos objetos que se puedan colocar para no moverse.
Uno de los mayores asesinos de la convivencia es el aburrimiento y, si bien hay que compartir, tiene que existir un espacio de reserva personal, ya sea físico, en ocasiones, pero también mental y sicológico. Crear espacios para poder pensar antes de hacer. Para tener momentos de soledad y no de desolación.
Es verdad que hoy, por medio de una pandemia, se ha puesto muy de moda el teletrabajo. Y, como siempre, creo que hemos exagerado su valía y finalidad. En ciertos momentos y aspectos, lo veo adecuado, pero el trabajo (sin tele) sociabiliza a las personas, las enseña a compartir valores, vivencias, éxitos, fracasos, equipos … no creo que nadie quiera que sus hijos tele-estudien, sin ir a la escuela y empatizar con los compañeros, sin vivir las experiencias, compartir las vivencias de clase, la asertividad, el triunfo y la derrota, … y así aprendemos. Enseñar no es una función vital, porque no tiene el fin en sí misma; la función vital es aprender
Y aprenderemos a trabajar la sensibilidad. Que tu dolor me duela y tu alegría me alegre. En caso contrario no habrá compasión (compartir el dolor) ni congratulación (celebrar las alegrías). No te merece quien no le duela tu dolor. Y hay que alegrarse de lo bueno que le pase al otro. No aplastarte con mi yo. Una empresa es mucho más que comprar por uno y vender por dos.
De esa forma, en esas relaciones, se produce admiración. Puede haber admiración sin amor pero no al revés. Por eso es válido para los dos entornos. A través de la admiración me inspira la otra persona y así seré capaz de crear sin ser una copia.
Nada mejor que en el discurrir de tu vida te acompañe un buen mentor.
Todos deberíamos tener al lado una especie de entrenador que nos fuese corrigiendo y avisando en los momentos que nos salimos del plan trazado, que exigiera de ti más de lo que tú te exigirías, que nos desafíe, que nos rete, que nos lleve al límite, que te ayude a hacer aquello que no te apetece o te da miedo hacer, saliendo de la zona de confort, y enseñándote a ser más disciplinado, a dar la cara y asumir tu responsabilidad, logrando hacer que las cosas sucedan, y que sea capaz de desplegar toda tu potencialidad
Porque cuando una persona es mejor, los otros se alimentan de ese bien. El bien, el crecimiento personal, nos alimenta y retroalimenta a los demás, y lo que hacemos o no hacemos también lo dejamos de hacer con los demás.
Y así conseguiremos respeto.
El respeto no es el miedo ni la veneración por el otro (eso es ser como el otro). Lo importante en una relación es ponerse de acuerdo para cuando estemos en desacuerdo. Con respeto y sin miedo.
Lo primero que quita la libertad es el miedo. El miedo busca lo seguro, el amor te lanza a la plenitud. Para saber elegir bien hay que decidir y prescindir bien. La libertad es el privilegio de elegir lo mejor, no lo fácil. Lo más difícil es saber decir no.
Cada vez que hacemos algo con empeño y dedicación nos hace sentir bien, nos hace sentir felicidad y por tanto aportamos felicidad.
Creo que el poder estará en crisis cuando quien manda se contente con ser un administrador sin decidir a convertirse en líder. Lo que necesitamos es tener al frente de los equipos no a un oportunista arrogante sino a un servidor sincero. Como en las parejas.
Y todos podemos actuar así. Con este tipo de relaciones, estaríamos a nada de ser todo.
José Pomares
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