Querido lector. Desconozco su edad, pero seguro que ha estado enamorado. Es posible que al conocer al amor de su vida pensara, ¡¡¡ no se me va a escapar¡¡¡

Y, valga simplemente como metáfora, para evitar la posible pérdida a futuro se juró regalarle todas las semanas una rosa. Es más, para que el factor sorpresa nunca decayera, se la entregaría cada semana en un día distinto para que no estuviera esperando la rosa un día concreto y matar así la magia de la sorpresa. Y para conquistarla para siempre, además de cada semana en un día distinto, también sería de un color diverso. Así una vez sorprendería un martes con una rosa roja, un viernes con una rosa blanca, etc.

Seguro que nadie le pidió tan excelso detalle. Pero usted no se conformaba con ser una pareja 10, quería llegar al 12 como mínimo.

Ahora póngase en el mundo empresarial. Imagine que lleva años en el paro, o en un trabajo que le agobia y aburre. Y le llega la oportunidad de empezar en otro. Posiblemente haría lo mismo que el enamorado. Empezaría siendo no sólo un trabajador 10 sino que querría ser un 12. Las horas que hagan falta, a máxima intensidad, con ilusión y esperanzas renovadas.

Nadie se lo pidió, pero usted lo hizo. Con las mejores intenciones.

Ocurre que quizá el factor más motivante, pero menos ejercido, es el reconocimiento y la valoración de nuestras actuaciones. Y así, lo que empezó haciendo con todo su sentimiento, dio paso al acostumbramiento y monotonía y con posterioridad acabó en resentimiento.

Si su pareja no aprecia ya la rosa semanal, si su jefe no le valora el esfuerzo laboral, … ¿para qué hacerlo?

Aquí empieza el error más común en las relaciones, ya sean laborales o familiares.

Vamos a castigar al prójimo. Se acabaron las rosas y las horas extras.

Seguro que la primera semana sin rosa su pareja no se dará ni cuenta, al igual que su superior cuando no sea el crack anterior. La segunda semana es posible que eche en falta la rosa o que le vean despistado en el trabajo. La tercera hasta podrá haber algún enfado en cualquiera de los dos entornos. Pero lo cierto, no se engañe, es que su pareja y su empresa van a seguir adelante, con o sin usted, y lo único que habrá conseguido castigando con su desaire al ajeno es pasar de ser un cónyuge o trabajador 12 a un 3 o 4. ¿De verdad piensa que el castigo es para el otro? A eso se le llama despido interior. Sólo usted es el perjudicado

Ante nuestro enfado dejamos de dar lo mejor de nosotros mismos. Ya no nos entregaremos con el mismo afecto a nuestra pareja,… ni a nuestro cliente. Ese trato que teníamos al principio con todo afecto, atenciones, preocupaciones acaba desapareciendo si no nos sentimos… valorados. O simplemente por la rutina del paso del tiempo. Nadie nos exigió esa entrega, pero al no sentirnos reconocidos nuestra actitud acaba siendo la del simple cumplimiento de un contrato.

Y es cierto que tanto la empresa como la pareja pueden seguir adelante, pero no sigue igual. Falta su magia. Todos pierden. No lo haga. Aunque sea sólo por usted,  por su ilusión, por vivir sus sueños, por esperar ese día de la semana en el que llevar su rosa, por volver a vivir.

Y aparecerán, como por arte de magia, los beneficios de su actitud. Seguro. Hay que perder muchas veces para saber ganar.

La vida no es un acto a ejecutar, es una actitud a adoptar.  

Se trata de usted. Si lo que ha hecho es conforme a la actitud de lo que quería hacer, siempre ganará. Si se ha dejado algo por el camino es una derrota. Todo lo que usted abandona, le acabará abandonando a usted.

Dan igual los resultados. Hay un éxito que precede al éxito. Su actitud

Aristóteles, que de verdad que de esto que voy a hablar sabía, exponía que el fin último y primordial de la vida humana era lograr la felicidad. O dicho de otro modo, “el bien supremo”, porque es el fin que queremos alcanzar por todos los medios.

La primera reflexión que me viene a la cabeza es preguntarme cuántos de nosotros sabemos cuál es mi ideal y misión en la vida, y que si no soy consciente de conocer mi fin no habrá medio por el cual lo logre.

Dedicamos mucho tiempo a trabajar mejor y muy poco a ser mejores personas.

Sin embargo, tratamos de obtener otras cosas como inmuebles, poder, fama o notoriedad porque pensamos que nos harán felices, pero olvidamos que la felicidad tiene valor por sí misma y que todo lo que hacemos no es sino para alcanzar esa pretendida felicidad.

De lo contrario confundiríamos la felicidad con el placer. El placer provoca adicción, la adicción querer más, lo que conlleva a la vida cuantitativa, a la acumulación, desembocando en la corrupción (¿les suena?)

Por eso es conveniente que en su jerarquía de valores priorice la felicidad como fin y asuma que el resto de las actividades, propiedades o logros son medios para lograrla. De lo contrario pasará de hacer sacrificios a sacrilegios.

Sacrificio proviene de “sacrificare” que en latín significa consagrar. Las personas consagradas tienen vocación por lo que hacen, y vocación es una llamada en la vida que te evoca a mirar más allá de uno mismo. No es mirar sólo a tu persona sino sembrar algo que permita que otros continúen. Todas las grandes reformas de la humanidad han sido realizadas por gente consagrada.

Hoy está muy de moda la conciliación familiar y laboral. Pero más que equilibrar el trabajo y la familia debería tratar de integrarlos para su buena vida. No consiste en qué hacer sino en elegir cómo hacer lo que uno hace para sentirse pleno y no plano. Si concilia su vida laboral en aras de estar tiempo con su familia y en esa dedicación su actitud con los suyos es distante, fría y ausente no creo que se sienta feliz por dicha conciliación. Lo que le colmará es dedicar ese tiempo con afecto, disfrute y cariño.

La manera en que usted realiza una actividad es más importante para su felicidad que la actividad en sí misma.

En su trabajo no olvide que su actividad debe ser un medio para alcanzar la felicidad. Debe trabajar para vivir con felicidad no vivir para trabajar. Por lo cual debemos prestar mucha atención a la manera en la que trabajamos y qué nos reporta. La mayoría de la gente dedica el 80% de su tiempo de vigilia al trabajo. Excesivo espacio como para no tomarlo en serio.

Sin embargo, aunque las personas estamos hechas para trabajar, gran parte de los trabajos no están diseñados para las personas. En la mayoría de los trabajos, desde el personal de base, mandos intermedios y directivos, y a lo largo de la historia, lo importante no ha sido cómo adaptar un puesto de trabajo para que los trabajadores puedan dar lo mejor de sí mismos sino cómo lograr que rindan al máximo. Sacrilegio antepuesto al sacrificio una vez más.

Como director, empleado, padre, madre o amigo simplemente, mi deber, mi obligación es aportar claridad a los demás, es ayudar a la consciencia de los demás a ser felices.

La felicidad es una decisión interior de llegar a SER, no de TENER.

La felicidad no es un puerto de llegada. La felicidad es una manera de viajar. No es un lugar al que se llega, es una actitud que se tiene permanentemente.

Después de mucho analizar mi vida he llegado a la conclusión que ser feliz es mirarte hacia adentro y no avergonzarte de lo que eres ni de lo que haces.

Tendrá que hacer sacrificios para lograrlo, pero no cometa sacrilegios.

José Pomares

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