Decía el maestro Ortega (por favor, no confundir con el torero) que las ideas están, en las creencias estamos. Las creencias son certezas que nos cuestionamos. Las creencias alteran las percepciones porque cambian las emociones. En definitiva, las creencias están detrás de las ideas, debido a que todo lo que hacemos, pensamos y razonamos lo hacemos en base a las creencias, las cuales nos constituyen.

Esas creencias están en nuestro subconsciente y muchas veces nos impiden avanzar en la vida.

Son afirmaciones que se instalan en nosotros y marcan nuestro comportamiento posterior convirtiéndose en mandatos internos que, mal gestionados, impiden nuestra libertad de actuación y limitan nuestra vida.

Hay enigmas que los resuelve el ser humano. Hay misterios que no se descubren ni resuelven, se desvelan. Y debemos actuar ante ellos con asombro, curiosidad y humildad. Tenemos que ponernos en condiciones adecuadas para que se nos puedan desvelar y experimentar. El miedo ha sido el mayor de nuestros agentes paralizantes. Y solo con amor se puede vencer, con una educación, desde nuestra más tierna infancia, basada en valores.

Hay tres derechos fundamentales de todo ser humano. La prosperidad (casi todos nacemos con las mismas posibilidades, no con las mismas oportunidades), la paz (pero a nadie le dan clases de perdón, de humildad, de generosidad…) y la felicidad (sin embargo no nos enseñan a ser felices).

A su vez estamos compuestos de aspectos biológicos (necesitamos alimentarnos), sicológicos (tenemos alma que es la suma de la inteligencia y la voluntad) y espirituales (buscamos algo superior a nosotros mismos)

Por tanto, la educación por la que tenemos que luchar es la que nos enseñe desde la biología a ser productivos, nos desvele las emociones desde nuestro aspecto sicológico y las creencias para ser felices desde nuestra rama espiritual.

Si uno analiza con consciencia sus creencias limitantes, quizá nos aparezcan pensamientos similares a “no sirvo, no puedo hacer eso, no sé, si lo hago me irá mal…”

Si yo creo eso de mí, no podré alcanzar mis metas, ni siquiera podré comprometerme con mis sueños.

Hay dos ejemplos claros en la vida familiar y profesional. Cuántas veces hemos escuchado eso de “aprende de tu hermano, él sí que sabe” o en el ámbito laboral la tan manida frase de “no te pago para pensar”.

Y de ahí deriva la posterior parálisis de actuación que germina en miedos, creencias y comodidades. Estos son los tres demonios que no nos dejan prosperar en nuestra vida, no la competencia externa que tantos folios ocupa en los estudios empresariales.

Si nos paramos a analizar las creencias limitantes nos daremos cuenta que todas ellas vienen provocadas por un DOLOR.

El dolor por lo que hice, por lo que me hicieron o por lo que me faltó, perdí o nunca tuve.

Si no supero el dolor por lo que hice, aparecerá la culpa, y su consecuencia es no poder perdonarme.

Si es por lo que me hicieron, se generará el rencor, sin capacidad para poder perdonar.

Y si es por lo que me faltó, nacerá una necesidad, provocada por una carencia.

Si soy capaz de superarlas, seré libre, en caso contario aparecerán los MIEDOS.

En el primer caso, por lo que hice, el miedo a fallar. A fallarme a mí y al otro, dejando de creer en mí y teniendo como consecuencia la falta de compromiso y quedándome simplemente en el cumplimiento.

Si es por lo que me hicieron, surgirá el miedo a que me fallen, dejaré de creer en el otro pensando que pueden abusar de mí y hacerme daño, y muriendo la confianza en el ajeno.

Y en el tercer supuesto, tendré miedo a perder, y pasaré la vida tratando de proteger lo que tengo para no perderlo, dejando de dedicar tiempo a las cosas importantes de la vida simplemente por mi obsesión en tener olvidando atender a mi ser.

Y todo ello provocará la DESCONFIANZA.

Desconfianza en , ya que no me entrego como debería.

Desconfianza en los otros porque pensaré que no se entregarán como corresponde.

Desconfianza hacia la vida provocando que deje de disfrutarla. Es más. Con seguridad se multiplicarán mis ocupaciones ya que pensaré que no bastará con una solo por si falla, me veré obligado a acumular para no perder, lo que provocará vivir siempre con tensión aferrándonos al tener y mantener.

Y aparecerá el concepto, en cualquiera de los tres supuestos, de la CULPA. Me culparé a mí, a los demás o a Dios por esa vida que me está dando.

Cuando en verdad, es justamente lo contrario. Toda su vida depende de usted.

Haga lo siguiente. Cierre los ojos y …. tome su vida en sus manos. ¿Y qué sucede? Algo terrible. Ya no tendrá a nadie a quien culpar.

Gracias a aquellas personas que pasaron por mi vida y me empujaron a quitarme mis creencias limitantes y mi dolor, sustituyendo mis miedos por amor y dejándome de culpar para tener fe en mi y confianza hacia los demás.

José Pomares

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