He dedicado gran parte de mi vida a ayudar a la gente. Mi trabajo me lo hace fácil, me permite conocer personas, las escucho y les aporto lo que en conciencia pienso, ya sea desde la perspectiva personal o profesional (que siempre van unidas)
Eso acarrea una doble consecuencia.
Por un lado, tienes que aprender a controlar el ego, ya que en ocasiones te crees más un fin que un medio para el progreso y mejora de las personas
Por otro lado, todo lo que en esta vida no entrenas, es difícil que tengas el arte de saber manejarlo. O dicho de otra forma, todo lo que tu abandonas, te acaba abandonando a ti.
Y llegué a un punto de tanto escuchar al ajeno, que me era muy complejo saber hablar de mí, porque ni lo practicaba ni pensaba que lo necesitaba.
En resumen, ayudar es precioso. Cierto. Pero … ¿y pedir ayuda?
Todos tenemos problemas y, no me digan porqué, los problemas de uno son los más importantes. Y en cierto momento de tu vida, como el humano es un ser interrelacional, no basta con uno mismo para saber ver la solución a su conflicto, y es conveniente pedir opiniones y descubrir puntos de vista distintos al pensamiento unidireccional que tenemos. Pero a mí me costaba reconocer que alguien me pudiera ayudar ya que el ego estaba en todo su esplendor,
Siempre he dicho que para que una relación, del tipo que sea, pueda tener porvenir, se tienen que dar las siguientes circunstancias: que te quieran (bien, no de cualquier modo), que te aporten (en caso contario te vas a aburrir), que te valoren (buscarás en caso contrario la valoración en otras puertas) y, por si todo lo anterior no fuera ya complejo, que sepan sacar tu mejor versión.
Demasiado complicado, pensaba yo, para pedir ayuda y que diera sus frutos.
Sin embargo, como reza la canción de Serrat, “de vez en cuando la vida nos besa en la boca y nos sentimos en buenas manos” y tuve la inmensa suerte de que una persona especial llegara a mi vida y me diera cuenta que podía ayudarme.
Ahora quedaba la segunda parte, la más complicada. Tengo que pedir ayuda.
¿Por qué digo la más difícil? Porque tenía que desnudarme ante la vida y hablar de mi
Ahí me di cuenta que pedir ayuda es precioso por los valores que desenmascara.
El ego muere. Uno no puede con todo. Tus creencias que tanto tiempo has llevado contigo pueden ser erróneas o al menos hay otras visiones que tu ceguera te impedía ver. El mundo que te creaste, el que te dijeron, puede tener otras miradas. Tus carencias han hecho tapar y ocultar tus debilidades buscando parches que se disolvían a la primera riada de la vida, y quizá descubres que te enseñaron a sobrevivir, no a vivir, y que vivimos de opiniones carentes de reflexión y pensamiento que nos creemos a base de que nos las repitan desde que nacemos.
De todos esos valores que se necesitan para pedir ayuda, me quiero centrar en el más importante, ya que sin él nada comienza.
La humildad.
La humildad es una virtud humana atribuida a quien ha desarrollado conciencia de sus propias limitaciones y debilidades, y obra en consecuencia. Nos predispone a cuestionar aquello que hasta ahora habíamos dado por cierto.
La paradoja de la humildad es que cuando se manifiesta, se corrompe y desaparece. La verdadera práctica de esta virtud no se predica, se practica.
Ser humilde es el resultado de conocer nuestra verdadera esencia, más allá de nuestro ego. En la medida que cultivamos la humildad, nos es cada vez más fácil aprender de las equivocaciones que cometemos, comprendiendo que los errores son necesarios para seguir creciendo y evolucionando.
A partir de ahora creo que haré mi trabajo mucho mejor. Sé lo que es ayudar y pedir ayuda. Valoraré a cada uno de mis clientes en mejor medida por permitirme entrar en sus vidas.
Otro gran amigo me envió hace pocos días una reflexión maravillosa aplicable a cualquier ser humano.
“Se cuenta que una vez le preguntaron a Miguel Ángel como lograba crear sus maravillas de mármol. El gran escultor del Renacimiento respondió que se limitaba a “quitar lo que sobra” en el bloque, pues él ya veía la obra que contenía la mole.
Aplicado a la propia existencia, este método puede ser muy eficaz, ya que muchas veces lo que necesitamos es depurar nuestra vida de aquello innecesario o directamente perjudicial, lo cual incluye algunas actitudes y hábitos.
Sobre esto, el filósofo Plotino, probablemente Miguel Ángel lo había leído, ya recomendaba hace casi dos milenios:
Entra en ti mismo y mira. Si no te encuentras bello, haz como el creador de una estatua a la que debe conferir hermosura, quitando por aquí, alisando por allá, suavizando tal línea, haciendo más pura tal otra, quita todo lo que sobre, pon recto lo torcido, ilumina lo oscuro y encamina tus esfuerzos a que todo brille. Nunca dejes de labrar tu estatua”
Señor empresario. Señor trabajador. Ayude. Pida ayuda. Su vida, como la mía, puede cambiar. Y nada hay más maravilloso que encontrar sentido a lo que haces y para qué lo haces.
José Pomares
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