Javier: Bienvenido, Santiago. ¿Cómo has estado desde la última vez que hablamos?
Santiago: Honestamente, bastante agobiado, Javier. Cada vez que leo las noticias me siento peor. Hay una sensación en el aire, como si todo estuviera por explotar… hablan de una posible guerra mundial, conflictos que escalan, decisiones políticas que parecen sacadas de una película de terror. Y eso se mezcla con mis propios miedos. Me está costando concentrarme en el trabajo. Me pregunto si estoy a la altura, si en algún momento me van a decir que no soy suficiente… y cuando pienso en el futuro, me invade esta imagen de quedarme solo. Como si todo se viniera abajo.
Javier: Gracias por tu sinceridad, Santiago. Es importante ponerle palabras al miedo, porque cuando lo dejamos encerrado, se hace más fuerte. Lo que estás sintiendo tiene mucho sentido. Vivimos en un mundo interconectado donde las noticias, especialmente las negativas, nos bombardean constantemente. Y en medio de eso, también lidiamos con nuestras propias inseguridades. Quiero que exploremos todo eso, pero empecemos por una pregunta simple: ¿qué es lo que más te asusta?
Santiago (piensa unos segundos): Creo que… no tener control. Sentir que no importa cuánto me esfuerce, hay cosas enormes que pueden arrasar con todo: una guerra, una crisis, que me despidan… Y que por más que lo intente, termine solo, sin nadie que me quiera realmente cerca.
Javier: Esa sensación de descontrol es el núcleo del miedo humano. El miedo, en esencia, es una señal de alerta; nos prepara para actuar, pero también puede paralizarnos cuando se vuelve crónico. El problema no es el miedo en sí, sino cómo lo interpretamos y qué hacemos con él. Y ahí es donde entra una herramienta clave: la tolerancia a la incertidumbre. Porque el control total es una ilusión, Santiago. Lo que sí podemos aprender es a convivir con la incertidumbre sin que nos destruya por dentro.
Santiago: ¿Y cómo se hace eso, Javier? Porque yo lo intento, de verdad, pero siento que cada pensamiento negativo me lleva a otro peor. Como si mi cabeza hiciera una cadena de catástrofes. Y en ese estado, ¿cómo puedo mostrarme seguro, cómo puedo rendir?
Javier: Primero, aceptando que sentirse inseguro no te hace débil, te hace humano. La seguridad personal no se construye desde la ausencia de miedo, sino desde la capacidad de avanzar a pesar de él. Y eso requiere tres cosas: consciencia, práctica y autocompasión. Consciencia para notar cuando estás entrando en esa espiral de pensamientos negativos. Práctica para entrenar respuestas nuevas, más funcionales. Y autocompasión para no castigarte por tener miedo.
Santiago: Nunca había pensado en eso de la autocompasión. Siempre creí que lo correcto era exigirme más. Que si tenía miedo o dudas, lo que debía hacer era trabajarme más fuerte.
Javier: Esa es una creencia común. Y muchas veces nos enseñaron que la exigencia extrema es la única vía al éxito. Pero eso solo nos lleva al agotamiento emocional. Ser compasivo contigo mismo significa reconocerte como un ser en proceso, que está haciendo lo mejor que puede con las herramientas que tiene. Y ese cambio de enfoque, paradójicamente, te da más fuerza. Más claridad para responder ante los desafíos en lugar de reaccionar desde el miedo.
Santiago: ¿Y cómo empiezo a construir esa seguridad? Porque en el trabajo, por ejemplo, a veces me siento un impostor. Como si en cualquier momento alguien se diera cuenta de que no soy tan bueno.
Javier: Ese sentimiento tiene nombre: el síndrome del impostor. Y afecta a muchísimas personas, incluso a las más capaces. Una clave para gestionarlo es empezar a validar tus logros. No desde el ego, sino desde la verdad. Haz un inventario de lo que has conseguido, los retos que superaste, los aprendizajes que acumulaste. Además, trabaja en tu diálogo interno. ¿Te hablas como hablarías a un amigo en tu misma situación, o eres más duro contigo?
Santiago (sonríe con tristeza): Soy mucho más duro conmigo que con cualquier otra persona.
Javier: Ahí tienes una oportunidad enorme de cambio. Comenzar a construir una voz interna que te apoye, que te recuerde que estás creciendo, que eres suficiente tal como eres hoy, aunque sigas mejorando. Y eso se entrelaza con algo más profundo que mencionaste antes: el miedo a quedarte solo.
Santiago: Sí… es algo que me persigue desde hace tiempo. Tal vez porque he perdido algunas relaciones importantes. Y cuando pienso que mi trabajo no va bien, también pienso: “si no tengo éxito, nadie va a querer estar conmigo”.
Javier: Ese pensamiento une dos cosas que no necesariamente van juntas: tu rendimiento y tu valor como persona. Pero tu valor no depende de tu productividad. Lo que nos hace dignos de ser amados es mucho más profundo: nuestra humanidad, nuestra autenticidad, nuestra capacidad de conectar. Y a veces, para entender eso, es necesario revalorizar la soledad.
Santiago: ¿La soledad? Pero si ese es justo mi miedo…
Javier: Lo sé. Pero la soledad también puede ser maestra. Nos da espacio para escucharnos, para distinguir lo que realmente necesitamos de lo que simplemente nos distrae. Muchas personas temen estar solas porque al quedarse sin estímulos externos, emergen sus voces internas más críticas. Pero si aprendemos a habitar esa soledad, incluso por momentos, con presencia y sin juicio, descubrimos una libertad inmensa. Porque estar solo no es lo mismo que sentirse solo.
Santiago: Creo que eso es lo que más me cuesta. Cuando estoy solo, me lleno de pensamientos negativos. Y eso me hace sentir más inseguro.
Javier: Entonces podemos trabajar en transformar esos espacios de soledad en momentos de presencia. Y poco a poco, al ir conociéndote mejor, también podrás tolerar mejor la frustración. Porque muchas veces, lo que nos frustra no es lo que pasa, sino lo que interpretamos que debería haber pasado.
Santiago: Me cuesta aceptar cuando algo no sale como lo planeé. Es como si mi cabeza dijera: “ves, no eres suficiente, no vales”.
Javier: Por eso la tolerancia a la frustración es un músculo que se entrena. Empieza con pequeños actos: no todo tiene que salir perfecto, no todas las personas tienen que estar de acuerdo contigo, no todos los días vas a rendir al cien por ciento. Y está bien. Lo importante no es controlar todo, sino cómo respondes ante lo inesperado. Ahí se juega tu verdadero crecimiento.
Santiago: Es curioso… todo lo que me estás diciendo parece simple, pero me doy cuenta de que me he pasado años sin verlo así. Siempre buscando hacer más, demostrar más, evitar el miedo a toda costa.
Javier: Y ahora estás empezando a mirar de frente a ese miedo. Eso ya es un gran paso. Recuerda que la valentía no es ausencia de miedo, sino la decisión consciente de avanzar a pesar de él. Cada vez que eliges cuidar tu mente, darte una pausa, ser amable contigo, estar presente en lugar de escapar… estás construyendo una base sólida. No para eliminar el miedo, sino para que no te controle.
Santiago: Entonces, lo que me queda es empezar a practicar, ¿no? No esperar a sentirme completamente seguro para actuar, sino actuar con el miedo a cuestas, pero desde otro lugar.
Javier: Correcto. El miedo puede caminar a tu lado, pero no tiene que ir al volante. Y en ese camino, Santiago, irás aprendiendo a confiar más en ti, a poner límites saludables, a discernir entre lo urgente y lo importante. A estar solo sin sentirte vacío. A frustrarte sin derrumbarte. A ser tú, sin necesidad de perfección.
Santiago (con una leve sonrisa): Me gusta cómo suena eso. Me da un poco de esperanza. Voy a empezar a practicar y mañana te cuento …
Al día siguiente Javier notó a Santiago más alegre.
Javier: Me alegra ver esa leve sonrisa, Santiago. A veces, una pequeña chispa de esperanza puede ser el inicio de una transformación. ¿Has pensado en algo concreto que podrías empezar a hacer esta semana para cuidar ese terreno interno del que hablábamos?
Santiago: Sí… ayer estuve dándole vueltas a todo lo que conversamos. Pensé que, en lugar de seguir escapando de la soledad, podría intentar quedarme con ella. No como castigo, sino como ejercicio.
Javier: Eso es un avance enorme, Santiago. Has dado un paso hacia la presencia consciente, y eso requiere coraje. No se trata de eliminar el malestar, sino de aprender a estar con él sin que te arrastre. Y fíjate cómo esa incomodidad inicial fue dando paso a otra experiencia, más habitable, incluso más libre. ¿Cómo te sentiste después?
Santiago: Sorprendentemente más liviano. Como si, al no resistirme, algo se hubiera soltado. Igual sigo sintiendo miedo, claro… pero no me dominó. Eso ya es un logro, ¿no?
Javier: Es un logro importantísimo. Porque ahí se activa lo que llamamos regulación emocional. No se trata de dejar de sentir, sino de darle a cada emoción su espacio justo. El miedo tiene una función: protegerte. Pero cuando se vuelve crónico o exagerado, hay que enseñarle que ya no está en guerra, que no hace falta pelear todo el tiempo. Y eso se logra justamente con estas pequeñas prácticas cotidianas de presencia.
Santiago: Me doy cuenta de que, cuando acepto lo que siento sin pelearme con eso, empiezo a sentirme más fuerte. No más invulnerable, pero sí más capaz. Como si no necesitara demostrar tanto.
Javier: Ahí estás tocando un punto clave: la diferencia entre fortaleza auténtica y la máscara de la autosuficiencia. Mostrarte seguro no significa estar blindado, sino sentirte suficiente con lo que eres hoy, sabiendo que siempre puedes seguir aprendiendo. Y eso empieza cuando dejas de tratarte como un proyecto fallido y empiezas a tratarte como un proceso en construcción.
Santiago: Me gusta esa idea… dejar de ser un “proyecto que tengo que arreglar”. Viví así durante años: corrigiéndome todo el tiempo, sintiendo que no llegaba nunca. Pero también pienso: ¿cómo sostengo esa seguridad si el mundo está lleno de amenazas? No solo hablo de lo personal, sino de lo global… las guerras, la violencia, el futuro del planeta. ¿Cómo puedo no caer otra vez en el miedo?
Javier: No se trata de evitar el miedo, sino de desarrollar una perspectiva más amplia. Vivimos en tiempos donde la información circula rápido, y muchas veces nos conecta solo con lo trágico. Pero el mundo también está lleno de actos de bondad, resiliencia y belleza que no aparecen en los titulares. Una práctica útil es hacer un ayuno informativo consciente: limitar la cantidad de noticias que consumes y ser más selectivo con las fuentes. El objetivo no es ignorar la realidad, sino proteger tu mente para no quedar atrapado en la ansiedad global.
Nuestro cerebro no está diseñado para procesar tantas amenazas a la vez. Por eso es tan importante recuperar espacios de calma, de silencio, de conexión contigo mismo. Y también conectar con otros desde lo auténtico, no desde la necesidad desesperada de evitar la soledad.
Santiago: Eso es algo que todavía me cuesta mucho… relacionarme desde lo auténtico. A veces creo que tengo que mostrarme más seguro de lo que realmente me siento, para que los demás me acepten.
Javier: Ese miedo al rechazo es una herida que muchos cargamos. Pero lo curioso es que cuando nos mostramos desde la máscara, tal vez obtengamos aprobación, pero no conexión real. En cambio, cuando nos mostramos con honestidad, desde la vulnerabilidad, puede que no todos se queden, pero los que se quedan son los que realmente importan. La autenticidad no garantiza la cantidad, pero sí la calidad de los vínculos.
Santiago: Entonces, si entiendo bien… lo que realmente me da seguridad no es lo que muestro, sino la relación que tengo conmigo. La forma en que me trato cuando nadie me ve.
Javier: Exactamente. La seguridad verdadera nace del autoconocimiento y del autorespeto. Es cuando puedes mirarte al espejo y decir: “Estoy haciendo lo mejor que puedo. Y eso está bien.” Es cuando dejas de perseguir la perfección y empiezas a construir coherencia. Y ahí, paradójicamente, es donde más crece la confianza.
Santiago: Gracias, Javier. Por escuchar sin juicio, por mostrarme otro camino. Me voy con muchas cosas para pensar… pero, sobre todo, con la sensación de que hay salida. De que puedo caminar con el miedo sin que me paralice.
Javier: Y así es. No estás huyendo, estás caminando. Y eso, Santiago, ya te convierte en alguien valiente. Seguimos la próxima, ¿te parece?
José Pomares
+ 34 620971455