Si tiene un hijo en edad adolescente, no se extrañe que… no tenga de usted el mejor de los conceptos. Normal. No dejan de ser, como nos pasaba a nosotros a su edad, una revolución de hormonas que no entienden las limitaciones que les ponemos.

Eso de preguntarles y estar atentos a qué beben, qué fuman, con quién va, ponerles horarios de llegadas, estar atentos a las calificaciones de sus estudios,… no es la mejor forma de caerles simpáticos.

Pero si deja de ponerle esos límites, si permite que haga lo que quiera, sin no hay un correcto ejercicio de la autoridad y liderazgo, esa supuesta liberación que sentirá su hijo le aseguro que al poco tiempo le hará pensar que en lugar de tener un padre “guay” lo que tiene es simplemente alguien que no le quiere, que no se preocupa por él, que “pasa” de él y de su vida. En definitiva, que no le importa.

Y es que en la vida no nos podemos quedar simplemente en normas o actos, sino que hemos de vivirla con actitudes que engendren valores. Los primeros enseñan, pero los segundos educan.

Y educar es más difícil que enseñar, porque para enseñar usted precisa saber, pero para educar se precisa ser.

Como siempre, lleve ahora la enseñanza familiar a la empresarial y los resultados son los mismos. Si dirige personas, su labor no es caerles simpático sino ser capaz de sacar la mejor versión de todos y cada uno de sus subordinados. Y para ello no basta con enseñarles normas, sino que deberá educarlos en valores.

Para una correcta educación empresarial, lo primero que hay que hacer en la zona del pensar es instruir a su personal. Instruir es clarificar su conocimiento, qué es lo que deben saber y cuáles son sus tareas y funciones. No dé por supuesto que la gente que trabaja a su disposición sabe cuáles son sus tareas y funciones. Y si tiene dudas, pregúnteles si tienen claro lo que espera de ellos. Se lo pondrá más difícil. A mayor claridad, mayor conciencia. Y a mayor conciencia mayor compromiso. De lo contrario habrá confusión. Y a mayor confusión, mayor ignorancia, y por tanto mayor indiferencia.

Pero eso no es educar.

Tendrá que trabajar igualmente la zona de su actuación, de sus habilidades. Tendrá que capacitarlos. No es solo lo que tiene que hacer sino dotarle de las herramientas necesarias para que puedan con su habilidad ejecutar la tarea de forma eficiente. Sería la parte del “cómo” conseguirlo.

Pero eso tampoco basta para educar.

Es cuando entra ahora, en la parte emocional, la motivación. Todo trabajo al cual uno no encuentre sentido, acabará por cansarle. Y quitando el dinero que va por otra vía, nada motiva más a un trabajador que la valoración, reconocimiento y aprobación de su trabajo. No cuesta un solo euro de inversión y se gana la pasión e ilusión por ir a trabajar. Casi nada …

Pero ni tan siquiera la instrucción en el pensar, la capacitación en el actuar y la motivación en el sentir son suficientes para una correcta educación.

Hoy más que nunca se necesita una formación como personas. Con un correcto desarrollo profesional solo se beneficiará la persona afectada. Por ello hay que anteponer el crecimiento personal, porque con ese ascenso nos beneficiamos todos. Nadie es mejor empresario, empleado, padre o madre que no lo sea como persona. Más importante que tener personas que hagan bien el trabajo (que hay que hacerlo) es tener buenas personas que trabajen. De lo contrario, solo tendrá mercenarios en su empresa que se irán con el mejor postor. Recuerde que enseñamos lo que sabemos pero contagiamos lo que vivimos.

Pero hay unos virus muy contagiosos que nos impiden a menudo llevar a cabo este crecimiento personal. El primero, en el pensar, es la arrogancia. Poco se puede hacer con la gente arrogante repleta de ego. Se pasan la vida clasificando y calificando a sus semejantes ( y a ellos mismos) en vez de clarificando su vida. Y, como actuación lógica del ego, siempre quieren tener lo que no tienen, ser lo que no son, y estar donde no están.

Obviamente esta arrogancia en el pensar lleva a la acumulación en la actividad. Nada es suficiente, nada sacia el ansia de poder o pertenencia y si para lograr los objetivos hay que despreciar o vilipendiar al ajeno, nos explicarán que “la vida es así”.

Y nos llevará a una adicción en el sentir. Todo éxito que no lleve aparejada una excelencia interna acabará en excesos, en un mundo cuantitativo que con tal de conseguirlo me hará que no me importe corromperme.

Pero no se preocupe que también hay antivirus.

Contra la arrogancia, la humildad, el primer valor de todos y sin el cual no puede haber crecimiento personal. Contra la adicción el desapego, que no es no querer tener sino el saber tener y ser conscientes que para saltar y avanzar hay que soltar.  Y contra la acumulación la generosidad, que es el pegamento humano y lo que hace que familias y empresas puedan dar lo mejor de sí.

A veces me encuentro en las organizaciones que trabajo con mucha falta de liderazgo empresarial. ¿No será que es la falta de liderazgo personal lo que nos lleva a esa consecuencia? No se puede liderar a otro si antes no me sé liderar a mí mismo. Y el liderazgo empieza por un compromiso personal de querer vivir así.

No podemos mejorar lo que hacemos si no mejoramos lo que somos. Empecemos por ahí, por el proceso. Eso nos llevará al resultado.

Y si piensa que usted no está para educar a su gente, al menos cumpla su parte. Si usted no la hace, no pretenda que los otros la hagan.