Hablando recientemente con un empresario, cliente y amigo (todo en la misma persona) me exponía el cambio que habían dado las personas en su organización desde que se ocupaba de ellas con atención, pasión, fe, entusiasmo y alegría. Y también me decía… “es agotador”. Mientras me hablaba yo miraba como con los ojos ausentes al cielo hasta que me inquirió: ¿en qué piensas? Y le contesté:” Al fin has descubierto las palancas que mueven los ejes de las personas. Efectivamente, lo que das recibes. Y es cierto, es una labor titánica, porque nadie da fuera lo que no tiene dentro, y para poder transmitir lo que me dices, has tenido que pasar un proceso de desarrollo personal que no acaba nunca, y que no es otro que amarse a sí mismo”.

Me miró extrañado y respondió: “no te equivoques, no soy egoísta” Ante tal respuesta no tuve mejor ocasión que poder explayarme entre las diferencias del egoísmo y el amor a uno mismo.

El egoísta vive para sí mismo, no le importa el otro, y si con sus actuaciones perjudica a la otra persona es problema suyo. Amarse a sí mismo, como decía, es un trabajo que no termina nunca, es buscar el desarrollo y crecimiento pleno y lograr sacar tu mejor versión, no compitiendo con el ajeno, sino mejorando tu ser.

Y hay tres claves para hacerlo.

La primera comienza por aceptarse. Quizá lo más complejo y costoso. Aceptarse se desdobla en llegar a conocerme. Conocer mi esencia (saber en verdad quien soy) y mi personalidad (cómo soy). Y por otro lado valorarme, tener una actitud agradecida por lo que soy  no creyéndome más ni sintiéndome menos que nadie.

La segunda es saber enriquecerme. Y ese enriquecimiento personal también tiene una dualidad. Desde el punto de vista de la alimentación (no hablo de materia física solamente) afectiva, intelectual, social, espiritual… En definitiva, de aquello que te nutras los demás se alimentarán de ti. Por eso es cierto que hay personas que nos enriquecen y personas tóxicas. Siempre tendré que elegir qué tipo de alimento quiero para que puedan nutrirse de mí. Pero además de saber alimentarme he de saber gobernarme. Dar tiempo y dedicación a cada aspecto de mi vida, saber distinguir entre la falta de tiempo y la falta de interés, que la excesiva dedicación a mi entorno laboral no mate mis relaciones familiares y viceversa, elegir, en definitiva, entre llevar una vida plena o una vida plana.

Y la tercera clave es darme a los demás, compartir. Y para ello, he de saber tanto abrirme a los demás (manifestar mi interioridad, compartir mi intimidad que no es sino pasar de una dualidad a una íntima unidad con la otra persona) como entregarme, pues la entrega no se exige, se regala, y me hará crecer cuando el ajeno vea mi disponibilidad.

Y eso sí es el amor a uno mismo. Aceptarme, enriquecerme y darme. Y curiosamente no vale ejercitar dos de las tres cualidades. Si me acepto y me enriquezco pero no me doy, seré un egoísta. Si me acepto y me doy pero no me enriquezco, siempre estaré hablando del otro o de otros porque no tendré con que alimentar a los demás con mis experiencias. Y si me enriquezco y me doy pero no me acepto estaré eternamente mendigando la aceptación de los demás, y haré lo que sea con tal de que me acepten.

Por eso es una labor tan excelsa amarse a uno mismo. Pero ¿qué será entonces el amor a los demás? Uno pudiera pensar que nada más fácil de contestar. Aceptarlos, enriquecerlos y darse, verdad?

No. Nada más lejano a la realidad. Eso simplemente creará dependencia del otro hacia nosotros.

Creo que a esta altura del escrito ya lo ha captado. Efectivamente, amar al otro será ayudarle a que se acepte, se enriquezca y se dé. Lo otro es el medio. Esto es el fin.

Y por eso dejé a mi querido amigo tan contento y preocupado a la vez. Qué maravilla cuando ves en  los tuyos (llámese compañeros de trabajo o entorno familiar) que empiezan a amarse y por tanto a desarrollarse plenamente. Que duro es saber que este trabajo nunca acaba. Por eso el líder no precisa de seguidores, sino de discípulos que a su vez les ayudemos a convertirse en futuros líderes. Y, como les digo a mis hijos, no importa las veces que caigas que caerás, lo importante es saber levantarte.