Con seguridad alguna vez habrá dicho esa frase. Y se la habrán pedido. En caso contrario, revise su soberbia, que como decía san Agustín no es grandeza sino hinchazón y lo que está hinchado parece grande pero no está sano.

Otra cosa distinta es si soy capaz de perdonar al otro.

Y si no lo hace o es por miedo o por venganza.

Muchas veces hacemos cosas en nuestra vida que luego reconocemos que no queríamos que se produjesen o que hicimos daño a otra persona.

El perdón está vinculado a la humildad porque se requiere reconocer que cualquiera nos podemos equivocar. Y de ese modo, si me hacen daño y perdono, te entiendo porque me entiendo.

Perdonar no es olvidar, es ayudar al otro o ayudarme o a mí a ser más responsable, no a sentirme o hacer sentir culpable.

La persona que se siente responsable es la que sabe que tiene reparar la situación. La que piensa en culpabilidad siempre andará maquinando un castigo para aliviar el error. La primera estará cercana, estando bien, a hacer sentir el bien a los demás. La segunda caminará con el rencor e intoxicará al resto de su entorno.

Obviamente que una mala actuación nos provocará dolor. Pero ahora deberemos ser conscientes de cómo instalarnos y vincularnos con ese dolor.

Soy libre de instalarme en el dolor, no conectarme a él o sí hacerlo.

Cuando me instalo en el dolor la mente JUZGA, el corazón busca el CASTIGO y la voluntad busca SUFRIR. En este estado la persona busca un CULPABLE y se instala la AGRESIÓN. La misma puede ser hacia los demás y hacia uno mismo.

Cuando no me conecto con el dolor la mente JUSTIFICA, el corazón busca OLVIDAR y la voluntad lo NIEGA. La persona piensa que las cosas son inevitables y se queda inmaduro.

Por último cuando me conecto con el dolor, la mente RECONOCE, el corazón REPARA y la voluntad RECUERDA. En esta circunstancia  la persona se hace responsable y alcanza la madurez.

Una historia anónima cuenta la siguiente lección:

El tema del día era «el resentimiento» y el maestro nos había pedido que lleváramos patatas y una bolsa de plástico.

Ya en clase elegimos una patata por cada persona que guardábamos resentimiento. Escribimos su nombre en ella y la pusimos dentro de la bolsa. Algunas bolsas eran realmente pesadas. El ejercicio consistía en que durante una semana lleváramos con nosotros a todos lados esa bolsa de patatas. Naturalmente la condición de las patatas se iba deteriorando con el tiempo.

El fastidio de acarrear esa bolsa en todo momento me mostró claramente el peso espiritual que cargaba a diario y cómo, mientras ponía mi atención en ella para no olvidarla en ningún lado, desatendía cosas que eran más importantes para mí.

Todos tenemos patatas pudriéndose en nuestra «mochila» sentimental.

Este ejercicio fue una gran metáfora del precio que pagaba a diario por mantener el resentimiento por algo que ya había pasado y no podía cambiarse. Me di cuenta que cuando hacía importantes los temas incompletos o las promesas no cumplidas me llenaba de resentimiento, aumentaba mi stress, no dormía bien y mi atención se dispersaba.

Perdonar y dejarlas ir me llenó de paz y calma, alimentando mi espíritu.

La falta de perdón es como un veneno que tomamos a diario a gotas pero que finalmente nos termina envenenando.

Muchas veces pensamos que el perdón es un regalo para el otro sin darnos cuenta que los únicos beneficiados somos nosotros mismos. El perdón es una expresión de amor.

El perdón nos libera de ataduras que nos amargan el alma y enferman el cuerpo. No significa que estés de acuerdo con lo que pasó, ni que lo apruebes. Perdonar no significa dejar de darle importancia a lo que sucedió, ni darle la razón a alguien que te lastimó. Simplemente significa dejar de lado aquellos pensamientos negativos que nos causaron dolor o enojo.

El perdón se basa en la aceptación de lo que pasó.

La falta de perdón te ata a las personas desde el resentimiento. Te tiene encadenado. La falta de perdón es el veneno más destructivo para el espíritu ya que neutraliza los recursos emocionales que tienes. El perdón es una declaración que puedes y debes renovar a diario.

Muchas veces la persona más importante a la que tienes que perdonar es a ti mismo por todas las cosas que no fueron de la manera que pensabas. «La declaración del Perdón es la clave para liberarte». ¿Con qué personas estás resentido? ¿A quiénes no puedes perdonar? ¿Tú eres infalible y por eso no puedes perdonar los errores ajenos?

José Pomares

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