¿Hay algo peor que decir eso a un trabajador/ ser humano? Ya decía Aristóteles que somos lo que hacemos día a día, de modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito. Y por muchos dones que nos hayan sido entregados en el nacimiento, si uno no los entrena y practica quedarán en el olvido o en la mediocridad.

¿Y qué ocurre en momentos como en los actuales en los cuales hay gente que ha tenido que dejar de hacer, por ejemplo, vía despido? Si antes no te has dedicado a pensar tenemos un grave problema para salir de forma creativa de este atolladero.

Ya decía Sartre “uno es lo que hace con lo que hicieron de él”

Como saben que me gusta comparar la vida profesional con la vida personal, un despido se asemeja mucho a un desamor y ambos son quizá la cosa más similar a la muerte.

Alguno me podrá llamar exagerado, pero en ambos casos lo que nos están diciendo es “no te quiero ni a ti, ni a tus sueños, ni a tus proyectos”. Te están transmitiendo que para mí has muerto, que te lleves tu vida fuera de mí. Duro, ¿verdad?

De ahí la importancia de tener siempre deseos y actitud positiva en nuestra mente para poder sobreponerse a estas situaciones que de no controlarlas pueden volverse trágicas.

Hay dos motores que mueven el mundo.

Uno es la necesidad. Es obvio que en determinados momentos de nuestra vida si no disponemos de recursos económicos, tenemos que mantener a nuestra familia, ni tan siquiera hay un subsidio, necesitamos trabajar sea en lo que sea y nos guste o no el cometido. No hay otra salida.

El problema que tiene la necesidad es que cuando ésta desaparece detrás de ella no hay nada, lo cual hace que todo en nosotros acabe siendo obligado, monótono y aburrido. De ahí el problema de trabajar en algo que a uno no le gusta ni le llena.

Insistía e insisto en esta época de pandemia a mis amigos empresarios, que aquellos que tienen actividades esenciales que han hecho que sigan con su actividad de forma normal y habitual, hablaran con sus trabajadores para hacerles ver las ventajas de tener un trabajo y lo gratificante que resulta sentirse productivo en sus tareas habituales y cotidianas.

Es verdad que en ocasiones nuestra vida funciona como un péndulo que oscila entre la angustia del rechazo y el tedio de la aceptación, algo parecido a que si lo tengo ya no lo deseo y si no lo tengo me desvivo porque lo pudiera tener.

El otro motor que mueve el mundo es el del deseo, cuando además normalmente lleva un compañero siempre de la mano que es la pasión.

Una persona sin deseos es una persona deprimida ya que nada le moviliza, nada le empuja para seguir adelante.

El deseo es la esencia y la fuerza que recorre a todo ser humano. Es lo que nos lleva todo el tiempo a seguir viviendo. Nos permite tener adelante algo que nos separa de la muerte.

Si tiene un animal de compañía le pido que le observé por un momento. A diferencia del ser humano, el animal no tiene concepto de finitud de la vida, lo cual le permite que al ser ignorante de su muerte no se preocupe por ella (y sea feliz).

Nosotros sabemos que un día vamos a morir, pero no podemos estar permanentemente pensando en ese día ya que la angustia primero y la depresión después entraría en nuestra mente.

Y para ello nada mejor que tener deseos que al convertirlos en proyectos hagan que nos olvidemos de nuestro carácter perecedero y afrontemos con ilusión el reto a conseguir.

Sin embargo, es cierto que hay personas que viviendo permanentemente en deseos se encuentran insatisfechos al no poder lograrlos.

Hay una diferencia entre siempre desear y ser un insatisfecho. Una cosa es estar siempre en búsqueda y desear y vivir un proyecto y otra es ser un Insatisfecho.

Lo que marca la diferencia es el placer.

Aquel que valora el esfuerzo por los proyectos tiene placer, ya que, aunque eso suponga el deseo de afrontar un nuevo proyecto, valora aquel en el que está actualmente y lo disfruta.

Y hay un momento en el cual el placer es capaz de detener el deseo.  Por un rato el placer te permite disfrutar lo que estás viviendo.

Y el otro tema crucial de la vida de las personas es la actitud.

Cuentan de Alejandro Magno que cuando era el rey del mundo obviamente nadie conocía su cara, excepto aquellos que habían estado con él. En uno de esos viajes que Alejandro tuvo que hacer entre batalla y batalla paró en una pequeña aldea dado que se les había acabado el agua y los alimentos.

Dicen que Alejandro entró en una humilde y pobre choza en la que encontró a un matrimonio muy anciano y pobre. Su entrada, como siempre magnánima, hizo que el matrimonio se asustara y Alejandro con la autoridad que daba ser el rey del mundo le requirió que quería agua y comida.

Sin mediar palabra el matrimonio quitó parte de su bebida y parte de su alimento para servírselo a Alejandro en un vaso y en un plato y le invitaron a que se sentara en su mesa.

Alejandro, sorprendido por la generosidad del matrimonio, les pregunto si no sabían quién era él, ante lo cual el matrimonio dijo desconocer su persona. Impresionado por la bondad del matrimonio, les explico quién era, y fue entonces cuando les entró el temor a ambos viejecitos.

Sin embargo, Alejandro mandó traer un baúl lleno de oro y les dijo que a partir de ese momento y dada la generosidad que habían mostrado, nunca más volverían a pasar penurias ya que todo ese oro era para ellos.

El anciano con lágrimas en los ojos y mirando a Alejandro, aún con temor, dijo que ellos no se merecían tan impresionante regalo ante lo cual Alejandro dijo que pudiera ser, pero que él por ser quien era no merecía dar un regalo más pequeño que ese.

La conclusión y moraleja de esta historia es que la actitud siempre depende de uno, no de cómo el otro la vaya a recibir y es en estos momentos cuando nuestra actitud llena de pasión y de deseos tiene que hacer y ser el baluarte más fuerte para que podamos sobrevivir a la situación actual en caso en que el destino nos haya golpeado con fuerza.