Dicen que los cuentos se inventaron para dormir a los niños y despertar a los adultos. Alguien, alguna vez, me contó lo que hoy les relato…

Esta es la historia de un rey y un sabio. Sucedió hace mucho tiempo, pero podría pasar hoy también. Porque es un cuento que habla de la amistad y la sabiduría, y esos valores siempre han estado y estarán entre nosotros. Sea el tiempo que sea.

Cuentan que en un reino lejano había un rey que tenía atemorizado a todo su pueblo. Mientras que él tenía toda la riqueza del mundo el pueblo pasaba mucha hambre. Y le daba igual. Tenía palacios, caballos, tierras, bellas mujeres,… todo lo que quería y se le antojaba podía ser suyo. Todos menos dos cosas,… sabiduría y amistad, ya que los valores no los podía comprar con dinero.

Y eso le amargaba la vida.

Mandó que buscaran a la persona más sabia del reino. Según todas las opiniones, ese hombre, sabio y bueno, más que nadie, vivía alejado en las montañas, solo, alimentándose de las cosas de la naturaleza y según decían además del más sabio era la persona más feliz que pudiera existir.

Por eso, una vez localizado, el rey fue a buscarle.

Y después de mucho caminar, le encontró en una cueva, pensando, en silencio y con mucha tranquilidad.

El rey quería ponerle a prueba. Así que le interrumpió en su silencio y mirándole a los ojos, se presentó diciendo:

-Me han dicho que eres la persona más sabia del mundo. Así que te voy a hacer una pregunta. Tienes que decirme donde exactamente está el cielo y donde está el infierno. Y si no sabes la respuesta te mataré.

El sabio seguía en silencio y parecía no hacerle ni caso. El rey volvió a insistir:

-¡¡¡Te he dicho que me digas ahora mismo donde está el cielo y donde está el infierno ¡¡¡¡

Pero el sabio permanecía en silencio e inmóvil.

El rey, lleno de enfado, sacó su espada y gritándole le doy una última oportunidad:

-¡¡¡que me lo digas o te mato¡¡¡

Como el sabio no hacía nada, el rey sacó su espada y con todas sus fuerzas fue directo a cortarle la cabeza. Pero justo cuando la espada iba a arrancarle su cabellera, como por un milagro, el rey paró el que iba a ser un golpe mortal justo cuando el filo de su espada rozaba el cuello del sabio.  En ese momento, el rey se dio cuenta de la barbaridad que iba a hacer, y con los ojos abiertos se quedó mirando la cara, aún tranquila del sabio, que seguía pensando como si nada hubiera ocurrido. El rey, avergonzado se echó a llorar.

En ese momento, el sabio abrió sus ojos y le habló al rey.

-Estabas en el infierno cuando lleno de rabia me quisiste matar. Y ahora que te has arrepentido y lloras la locura que ibas a cometer, acabas de encontrar el cielo.

El rey se dio cuenta que el sabio era en verdad el mayor sabio que había conocido en el mundo. Así que le dijo que quería que estuviera con él en el palacio para que le enseñara su sabiduría.

Al sabio le dio pena que el pueblo tuviera un rey así y le pareció bien la idea. De esa forma podría empezar a enseñar al rey a ser un buen dirigente para su pueblo.

Pero el rey todavía tenía la maldad y la ignorancia en su cuerpo. Cada suceso que pasaba en palacio, en el reino o en su vida le preguntaba al sabio que por qué pasaban esas cosas. Y el sabio siempre tenía la misma respuesta:

-Será para bien, decía siempre el sabio, ante la indignación del rey que no entendía la simpleza de la respuesta

Al rey le gustaba ir de cacería y se llevaba al sabio para que le acompañara.

Un día, el rey fue a cortar con su espada un trozo del jabalí que había matado y sin darse cuenta se cortó un dedo. Ofuscado, el rey le preguntó al sabio que por qué le había pasado eso. Y el sabio le contestó lo de siempre:

-Será para bien.

Tanto le enfadó la respuesta al rey, que mandó que metieran en la cárcel al sabio de por vida.

-Ahora te vas a enterar, dijo el rey. ¡¡¡ Vas a estar toda tu vida en la cárcel y a ver si me respondes también que será para bien ¡¡¡

Y así fue. El rey mandó al sabio a la cárcel de por vida.

Pasado el tiempo, el rey hizo una travesía lejana para cazar pues le habían dicho que en ese país había animales maravillosos. Cuando el rey y sus acompañantes iban por esas desconocidas tierras a cazar, de repente salieron más de cien nativos de una tribu que eran caníbales. Apresaron al rey y fueron a meterle en una inmensa caldera para comérselo. Pero justo cuando iban a encender el fuego para matarlo, se dieron cuenta que le faltaba un dedo. Y para su religión no podían comerse a un hombre que le faltara una parte de su cuerpo, pues ante su reencarnación nacerían con esa falta. Y por ello le dejaron libre.

Cuando el rey volvió a su reino, hizo llamar al sabio y le dijo:

-Efectivamente, cuando me corté el dedo no me di cuenta que si no hubiera sido por ello los caníbales me hubieran matado. Y fue para bien. Pero ya que eres tan sabio, me gustaría saber por qué en este tiempo que has estado en la cárcel para ti también dices que lo que te pasó fue para bien.

Ante lo cual el sabio respondió.

-Porque si hubiera ido contigo como iba siempre a la cacería, se hubieran dado cuenta que a ti te faltaba un dedo y me hubieran cogido a mi.

El rey se dio cuenta una vez más de lo sabio que era ese hombre. Y le dejó libre. Pero le seguía fastidiando que su fama en el reino cada vez fuera más grande.

Y decidió que ya había aprendido demasiado y que era hora de matarle. Pero no podía hacerlo porque quisiera ya que entonces el pueblo le odiaría más todavía. Así que tenía que demostrar al pueblo que él era más listo que el sabio.

Mandó llamar a la plaza del reino a todo el pueblo, y con el sabio presente y el pueblo escuchando le preguntó:

-Sabio, si tan sabio eres, dime exactamente el día que vas a morir.

De esa forma, dijera el día que dijera le iba a matar en ese momento y demostraría al pueblo que no era tan sabio.

Pero el sabio respondió.

-Moriré exactamente un día antes de morir tu.

En ese momento el rey se dio cuenta que el sabio podía decir la verdad, ya que nadie era más sabio que él. Si le mataba, corría el riesgo de morir él al día siguiente.

El rey, a partir de ese día, abandonó para siempre la maldad, se hizo amigo verdadero del sabio y compartía con él toda su sabiduría.

Cuenta el cuento que así estuvieron muchos años, haciendo una amistad verdadera.

Cuenta el cuento que un día el sabio murió, en los brazos de su ya amigo el rey.

Cuenta el cuento que, como si de magia se tratara, al día siguiente murió el rey.

O dicho de otra manera…

El cielo y el infierno no son más que nuestros estados de ánimo, y de nosotros depende hacer vivir a los nuestros en un lugar o en otro.

No podemos hacer que las cosas ocurran o no, pero nuestra actitud puede determinar aprender de lo que nos pase y sacar una lección positiva de vida y que sea para bien.

Nadie nos puede asegurar cuanto vamos a vivir ni la fecha exacta de nuestra muerte, pero sí podemos disfrutar la vida cada día como si fuera el último día. Sólo hay dos opciones. Llorar, y nos irá mal, o agradecer a la vida. Dime cuanto agradeces a la vida y te diré cuanto has aprendido a vivir.

Felices fiestas